Carrera hacia la nada

placer

(10/03/2025) El tiempo, esa sustancia de la que estamos hechos, según dijo Borges, goza cada vez de más protagonismo en nuestra sociedad de la prisa, en nuestro mundo digital donde ya apenas queda tiempo para el ocio y en el que todo se reduce a tiempo y a número. También el leer.

 Leer más rápido y consumir más libros en menos tiempo es el objetivo que buscan técnicas como el “skimming” y el “scanning” que al parecer están haciendo su agosto en las redes.

 Son técnicas para ganar tiempo que llegaron hace tiempo al formato audio y que han terminado alcanzado a la lectura. Leer más y en menos tiempo en pos de esa hiperproductividad que nos exige el mercado. Ser cada vez más eficientes minimizando el tiempo de cualquier actividad y alejándonos de la contemplación, la reflexión y el disfrute que tanto tiempo nos cuestan.

 Por ello se han inventado el “skimming” que es una técnica para leer en diagonal y el “scanning” que busca la visualización rápida de la página para extraer lo más importante y a otra cosa, mariposa.

 Nada de leer por placer una novela, arrellanado en el sofá. Nada de malgastar el tiempo releyendo el inagotable Pedro Páramo de Juan Rulfo. Hay que cuantificar el consumo de libros para luego presumir ante los amigos de haber leído tantos títulos por día.

 En esta línea, ya hay plataformas que estiman convenientemente cuánto tiempo nos llevará leer cualquier libro en función de la cantidad de palabras que tenga y de nuestra velocidad lectora.

 Escribe usted en la plataforma el título del libro que se propone leer -por ejemplo, El Quijote- y la plataforma le calcula las horas que le llevará terminarlo. Todo por maximizar el número de libros en el menor tiempo posible, repito. Todo por optimizar el consumo energético del acto de leer. A partir de ahora, en vez de hablar de kilovatios/hora hablaremos de libros/hora. Si es que nos da por leer, que esa es otra cuestión.

 Como es lógico esa hiperproductividad que buscan los nuevos lectores dejará cadáveres por el camino: la imaginación, la memoria, el pensamiento crítico, la concentración … Por no hablar del empatizar con los sentimientos y las emociones de los personajes del libro.

“Hice un curso de lectura rápida y fui capaz de leer Guerra y paz en tres horas. Creo que iba de Rusia” dijo Woody Allen hace tiempo ironizando sobre lo que estamos comentando.

 La paulatina conversión de la lectura en mero consumo da al traste con lo que de verdad la identifica que es el placer.

“La literatura es antes que nada un placer. Sin placer no hay literatura. Como el sexo. Pero también es una forma de conocimiento. Como el sexo. Por eso cuando alguien me dice que no le gusta leer lo único que se me ocurre es darle el pésame o acompañarle en el sentimiento”, dice el académico Javier Cercas. Y lograr el placer, o practicarlo, exige dedicarle tiempo, o mejor, olvidarse del tiempo.

 Pero hoy todo se hace con prisa: Las comidas se hacen con prisa, los paseos se hacen con prisa, los amores se hacen con prisa y hasta los entierros se hacen con prisa. La prisa es el valor de los valores en la sociedad moderna. La prisa y la competitividad.

 También el número. Desde que todo se redujo a dígitos la tiranía de la cuantificación, aliada con la productividad, está matado a esa experiencia religiosa que era el leer.

Hasta hace cuatro días el antídoto ante tanta prisa era la lectura pausada y reflexiva que nos aislaba del mundanal ruido y nos trasportaba a universos de sosiego y lento disfrute. Pero se acabó. Ha llegado la lectura en diagonal, un método bárbaro que logra que aumenten tus lecturas, pero que mata todo lo que nos proporcionaba la lectura pausada: emocionarse, pasarlo bien, pensar sin agobios.

“Este fin de semana he leído cinco libros de una sentada” nos dirá ese lector presuntuoso que no distingue entre leer y consumir libros.   Pero ¿quién se atreverá a decirle que la lectura es una actividad que se cocina a fuego lento? ¿quién osará indicarle que la lectura o es crítica, analítica y profunda, o no es? Y más en unos tiempos donde son tantos los que presumen (digo bien, presumen) de no haber leído un libro en toda su vida.

 La lectura, que “es una actividad rumiante” según dijo Friedrich Nietzsche o “una de las formas de felicidad” según sentenció Jorge Luis Borges, exige huir de la rapidez, de la fragmentación, de la inmediatez y de la superficialidad de la “era de la prisa”, para entregarse a la calma, al sosiego y al placer que da el pensar.



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