Al amor de…Internet

cuento

(30/01/2023) A uno, que es un sentimental, cuando llegan estos fríos de enero y hay que quedarse en casa, le gustaría arrimarse a la lumbre y, como en la infancia, decir a la abuela que le cuente un cuento.

 Pero uno ya no tiene abuela, ni madre, ni lumbre…

 Entonces enciende el ordenador y se baja cuentos. Sí, ya sé que no es lo mismo, pero algo es algo o como diría un castizo a falta de pan, buenas son tortas.

 Internet está lleno de todo. También de cuentos. Tiene más cuentos que Calleja. Sí. Más que don Saturnino Calleja, aquel sabio que tantos cuentos nos regaló.

 Comienzo por Julio Cortázar, gigante de la literatura (gigante en lo literario y en lo físico pues medía dos metros)  que tanto nos sorprende con sus relatos y, hambriento como estoy, oigo de una tacada tres cuentos que son tres joyas de su narrativa fantástica y absurda: El beso, Casa tomada y Carta a una señorita en París… Oír estos cuentos por boca del propio Cortázar es uno de los mayores placeres, créanme.

 Otro día me acerco a Borges, que siempre va al fondo del alma humana, que juega con el lector -gracias a su enorme erudición-, desafiándole y engañándole, y oigo Hombre de la esquina rosada, El Aleph y El sur. Tres cuentos que son tres monumentos a la literatura. ¿Las “pirámides de Egipto” de los cuentos? Tal vez.

 Otro lo paso con Chéjov: La tristeza…; otro con doña Emilia Pardo Bazán: La resucitada, otro con Juan Rulfo: Diles que no me maten… y así un día y otro de este frío invierno.

 Oír cuentos por internet (no digo leer) tiene sus ventajas. Es una vuelta a los orígenes, a la oralidad de los primeros relatos, a lo más primitivo de nuestra humanidad, a cuando nuestros ancestros no sabían leer ni escribir, pero contaban cuentos al amor de la hoguera. Y luego al amor de la lumbre.

 Historias susurradas casi siempre por mujeres que tejían relatos y retales. Abuelas y madres que desovillaban por la noche la memoria de los cuentos para que aquellas historias oídas a sus padres no se perdieran. Por eso la escritora Irene Vallejo dice que los textos comparten tantas palabras con los tejidos: “la trama del relato, el nudo del argumento, el hilo de una historia, el desenlace de la narración. Devanarse los sesos, bordar un discurso, hilar fino, urdir una intriga. Por eso los viejos mitos nos hablan de la tela de Penélope, de las túnicas de Nausícaa, de los bordados de Aracne, del hilo de Ariadna, de la hebra de la vida que hilaban las Moiras, del lienzo de los destinos que cosían las Nortas, del tapiz mágico de Sherezade…”.

 Creo que la cita, aunque larga, merece la pena por su verdad y por su belleza.

 Pero sigo con mis lecturas, o mejor, con mis cuentos oídos. Hoy toca El abrazo de David Grossman… Lo termino pensando que estoy ante una obra maestra, y lo es, porque, como todo buen cuento, muestra la complejidad del mundo sin pretender alcanzarla.

 Dejo para mañana el magistral y sugerente Alguien desordena estas rosas de García Márquez…

 Y así una tarde y otra, disfrutando de esas joyas literarias que son los cuentos. Esos fascinantes relatos que crean adición, porque una vez que los oyes ya no puedes dejarlos…

 Guardo en el tintero para otros fríos Shere-sade de Rosa Beltrán, Un hombre bueno es difícil de encontrar, perturbador relato de Flanney O´Connor, Caleidoscopio de Ray Bradbury, Una noche de amor de Javier Marías,…

 Cuentos. Buenos cuentos. Esos que se definen por sus sugerencias, por sus silencios, por su brevedad. Por contener experiencias complejas dentro de su sencillez. Siempre contundentes.

 Con un sabio manejo de la tensión y la profundidad. Con un solo asunto a resolver y un final inesperado.

 El cuento, sí. Poco valorado entre nosotros, aquí en España.  Sin el prestigio de la novela o el del ensayo. Nunca sabré por qué. ¿Será por esas expresiones peyorativas que aún guarda nuestra lengua sobre el cuento?: “¡no me vengas con cuentos!”, “¡ese vive del cuento!”, ¡hay que echarle cuento!”, “¡es un cuentista!”, “¡un cuento chino!”, “¡eso son cuentos de viejas!”… Puede ser.

 Pero el cuento, como la poesía, es la esencia de la literatura. En él todo es sustancia, meollo, grano, médula, fundamento, esencia… O, como diría la escritora Clara Obligado, mientras la novela es un tedioso matrimonio, el cuento es una gran pasión.



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