A la verde oliva

olivas

(20/03/2024) El aceite, ese sol embotellado que nos alimenta desde la prehistoria, está desapareciendo de los mercados de abasto. Los aceituneros altivos de Jaén y los dueños de los supermercados se preguntan de quién son esos olivos y la respuesta, como diría Bob Dylan, está en el viento. El aceite es de las mafias que, ante la escasez que lleva a la carestía, lo secuestran, lo adulteran y lo revenden.

 Ahora que los astrónomos han descubierto el objeto más brillante del universo: un cuásar impulsado por un agujero negro que se come un sol al día -que ya es comer-, alguien tendrá que descubrir quién rayos se disfraza de cuásar en las tiendas de comestibles para zamparse ese sol embotellado y hacerlo desaparecer de las estanterías.

 Hacerse con una botella del preciado líquido se va volviendo más difícil que alcanzar el Everest y muchos ya necesitan pasar previamente por el banco para pedir un préstamo. Los antiguos héroes coronados con ramas de olivo y aclamados por el pueblo, son ahora esos héroes de andar por casa que consiguen hacerse con una botella de aceite.

“El aceite de oliva se convierte en el artículo más buscado por los ladrones en España y hay pandilleros que roban el oro líquido ante la escasez de las últimas cosechas”, informa el Financial Times, que está muy bien informado.

 Etiquetas de seguridad y botellas de aceite encadenadas y cerradas con candados, son la prueba evidente de que el periódico aludido tiene razón y de que el mayor productor mundial de aceite de oliva que es España se está quedando sin reservas. Y las consecuencias están a la vista: los precios se han cuadriplicado, el aceite se adultera y las bandas organizadas hacen su agosto en cualquier mes del año.

 “Ya no hay aceite ni para los santos óleos y menos para saciar la sed de las lechuzas” se quejan párrocos y sacristanes. Han constatado que está más caro que el aceite de Aparicio y que ya no da ni para ungir enfermos.

 “A la verde, verde, a la verde oliva” romance que cantábamos cuando niños o “por la verde, verde, oliva”, poema que alumbró la poeta zamorana Margarita Ferreras y que canta de forma magistral Sheila Blanco -no se priven del gustazo de oírla en YouTube, y luego hablamos de lo sublime y lo espectacular- han quedado en eso, en retahílas de infancia. En poemas y romances que nos enseñaron los mayores para que fuéramos apreciando el valor de aquel chorro mágico con el que nuestras madres pintaban las sartenes. Sabían aquellas santas que “el aceite de oliva todo mal quita” y que “la mejor cocinera era la aceitera”. Lo supieron antes, mucho antes, de que aquellas sentencias llegaran al refranero.

 Si usted tiene alto el colesterol malo y bajo el colesterol bueno, si sufre de hipertensión arterial y es proclive a padecer diabetes, no le eche la culpa a la mala vida que ha llevado. Lo que usted necesita es alcanzar lo inalcanzable: conseguir el aceite necesario para condimentar con él todas sus comidas. Algunos lo han logrado.

  El aceite de oliva se ha convertido en un oscuro objeto de deseo para los consumidores hasta el punto de que algunos, los que pueden, atesoran botellas y botellas en sus trasteros como hicieron con el papel higiénico durante la pandemia, ¿se acuerdan? Por eso, si usted es uno de esos afortunados, procure no dar mucho bombo a su conquista. Ni siquiera con aquellos vecinos con los que se lleva como el pan y el aceite. Alguno podría estar ya haciendo planos sobre la ubicación de su trastero para llevar a cabo un Atraco a las tres.

 Cuenta la mitología griega -y que perdonen los lectores esta deriva hacia lo mitológico que me acompaña últimamente- que Neptuno y Atenea se apostaron un día sobre quién sería capaz de hacer el mejor regalo a los pobres humanos que acababan de aparecer sobre la faz de la Tierra. Neptuno, dios del mar, hizo brotar de entre la espuma de las olas un hermoso caballo blanco y Atenea, diosa de la sabiduría, arrojó su lanza contra la arena de la playa para que de su asta surgiera un magnífico olivo. Un tribunal de dioses comenzó a discernir las bondades de ambos obsequios. ¿El caballo o el olivo?  Al final, tras mucho debate, sentenciaron.

 No hace falta que les diga quién gano. Tampoco que vayan a consultar la Wikipedia. Acudan al supermercado de su barrio y lo sabrán de inmediato.  Porque “la verdad, como el aceite, queda encima siempre”.



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