¡A la cola!

cola

(30/09/2023) Ahora que todo el mundo viaja tanto y a tantos lugares, llama la atención de cualquier observador, la prisa que muestran quienes hacen cola en estaciones y aeropuertos.

 Los mismos que te atropellan en la entrada, en el control de equipajes, repiten la hazaña antes de llegar a término, desoyendo la voz en off que les suplica desde los cielos: “permanezcan en sus asientos hasta la parada”.

 El revuelo que se organiza cuando el avión aterriza o el tren se acerca a la estación de llegada es de tal envergadura que uno siempre piensa en cómo sobrevivirá alguien, en caso de emergencia, cuando haya que abandonar el “vehículo”, en cómo se accederá a las salidas cuando reine el pánico y haya que ponerse las mascarillas de oxígeno.

 Si nadie consigue salir en orden y sin que le pisen los zancajos cuando todo está en orden, ¿cómo lograrlo cuando todo el mundo crea llegado su última hora? Mejor ni pensarlo.

 Quienes investigan en el comportamiento humano tendrán que dilucidar por qué motivos aquellos que tienen tanta prisa en entrar son los mismos que la tiene en salir y viceversa.

 La cosa debe de venir de lejos, de tan lejos que habría que remontarse a los tiempos de aquel escrito que figuró en algunos locales hasta hace pocas fechas: “Antes de entrar dejen salir”.

 El hecho es que las colas están cada vez más nutridas y ya hay quien hace negocio con ellas.

 Un amigo que acaba de llegar de Suiza me cuenta que, para subir a los Alpes en tren cremallera, hay colas tan largas que un “moderador de colas” ofrece adelantarse a los primeros puestos a quienes se atrevan con un desembolso extra. Y lo mismo ocurre en los aeropuertos de medio mundo donde -me dice- los más adinerados, los VIP de toda la vida, compran el servicio de Vía-Rápida (Fast-Track) para no mezclarse con el rebaño.

 Antes las colas se hacían en tiendas y supermercados que, ante la escasez de género, servían a quien primero aterrizaba en local, mientras el resto se quedaba a dos velas. Recordarán ustedes las colas que se formaban en los países del este de Europa ante la falta de productos básicos. Eran colas interminables que se nutrían de la necesidad, de la escasez, de la indigencia, pero ahora no. Ahora son colas de turistas, de desocupados con el estómago lleno, de movilizados que no saben dónde dormir la siesta, y, ante la duda, les da por lanzarse a la Patagonia.

 Hombres y mujeres que cogen su mochila y su móvil y se ponen en la cola de cualquier estación para irse a cualquier destino. Lo importante es salir, superar la cola que parece insuperable y llegar cuanto antes al asiento, para llegar a dónde sea y, tras grabarlo, salir con las mismas prisas.

 La humanidad errante que solo sueña con abandonar su casa y lanzarse al nomadismo crece de forma geométrica y la avalancha de tanto movilizado preocupa en ciudades con rico patrimonio que tendrán que mandar hacer cola y cobrar impuesto de portazgo a tanto viajero que quiere visitarlas. Eso o morir de éxito.

 “¿Qué ocurrirá cuando salgan chinos e hindúes en tropel a visitar Venecia?” -me pregunta una vecina que acaba de llegar de la ciudad del amor.

 Hordas humanas aprovechan cualquier puente para conseguir la gran panacea de nuestro tiempo: la búsqueda de un destino turístico. Pero el calvario para alcanzarlo es cada vez mayor y el hacer cola en los aeropuertos, por ejemplo, es uno de los momentos más aborrecible de la empresa.

 Tan aborrecible que ya circulan por internet consejos prácticos para evitar las colas: volar a última hora de la noche, utilizar el aludido servicio de “Vía-Rápida”, y otros muchos.

 Porque no me dirán ustedes que no son kafkianas esas colas entre cintas laberínticas -separadores las llaman-, donde apenas se avanza y uno se siente como oveja en el redil presta para el esquileo. Esquileo que llega en el arco de control donde hay que despojarse de todo, hasta del cinturón, si quieres superar la prueba: ¡bee!, ¡bee!, ¡bee!…

 El agotamiento ante tanta cola consigue que muchos terminen sentados en el suelo del excusado o durmiendo en la cinta transportadora como le sucedió, hace pocas fechas, en el aeropuerto de Fuimicino de Roma, a un hombre que, tras quedarse dormido, tuvo que ser llevado al hospital, por alta exposición a rayos X, antes de terminar en la comisaría.

  No es de extrañar que haya gente con prisa por salir y que alguno lo haga a las bravas: queriendo abrir la puerta de emergencias, por ejemplo. Ocurrió en un vuelo entre Shenzhen y Shenyang donde un hombre quiso, según dijo, “respirar aire libre”. Normal.



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