Elogio de la abuela

abuela

(30/12/2021) Hace tiempo que quería escribir sobre las abuelas. Al fin y al cabo si ustedes y yo estamos aquí se debe, en gran parte, a las abuelas. Algo que confirman los paleontólogos,

 Las últimas investigaciones en prehistoria destacan lo que muchos sospechábamos: que las abuelas fueron pieza fundamental en la supervivencia de la especie. Que esconden la clave de la evolución humana. Que sin ellas no hubiéramos llegado hasta aquí.

 Por eso cuando vea a tanto niño solicitando impertinente la atención de su abuela, no tenga celos de macho alfa. El pequeñín está respondiendo a un mecanismo atávico incrustado en su ADN. Sabe en quien ha de refugiarse si vienen mal dadas. Sabe dónde se encuentra el pilar de la crianza.

 Las abuelas han sido y son protección y pegamento. Protección contra los enemigos de dentro y de fuera. Pegamento que mantiene unida a la familia, a la tribu.

 La manada de elefantes conducida por la hembra más experimentada (más experimentada por ser la más vieja) a través de la sabana es el mejor ejemplo de lo que fue y es la manada humana.

Ellas protegen a las crías si llegan los depredadores, ellas conducen al grupo a los mejores pastos, ellas abren camino en la espesura. Todos confiando en su experiencia, en su olfato para encontrar agua y comida. Todos en fila india tras la abuela. Esa gran madre (grand-mère) que dicen los franceses.

 “Pero si ahora las abuelas están todas de viaje”, me corregirá alguno de ustedes.

Da lo mismo. Desde la distancia, multiplicando las video-llamadas, esa abuela ancestral que toda mujer lleva dentro atiende, ayuda, dirige, enseña, controla, protege y cuida a la tribu desperdigada. Hace lo que hizo siempre: trasmitir la cultura, los saberes imprescindibles, las cosas del vivir y del morir, el meollo de la existencia.

 En los últimos tiempos, cuando la esperanza de vida se ha elevado a guarismos impensables hace años, está surgiendo otra figura que cobra una importancia cada vez más relevante entre los sapiens: la bisabuela. Los franceses la llaman arrière grand-mère, la que está detrás de la abuela, a espalda de la abuela. Su guardaespaldas.

 La foto de cuatro generaciones en las familias es cada vez más frecuente. Y la bisabuela, como la abuela, tiene mucho que decir ahora que la especie está en peligro. Ahora que, como en la prehistoria, necesitaremos para sobrevivir la fuerza de los miembros más débiles físicamente, pero más experimentados, más sabios.

 “Usando el mismo método que mi abuela escribí Cien años de soledad nos confesó García Márquez en Vivir para contarla obra en la que deja patente la influencia que ejerció sobre él su abuela Tranquiliana Iguarán.

 Y es que siempre fue así. La singularidad de los humanos, su mera existencia, se debe al apoyo familiar de las abuelas.

 Como dice una letra de cante flamenco: “abuelos, padres y tíos/ de los buenos manantiales/ se forman los buenos ríos”. El río de la humanidad. Pero en femenino plural.

 Mi padre, que murió hace doce años, dejó escritas unas memorias sobre su infancia en los años veinte y treinta del siglo pasado.

 Como no podía ser de otra manera en su recuerdo destaca la figura de la abuela.

 A dos días de que termine el año, cuando la nostalgia nos empaña el corazón, permitan mis lectores que le recuerde y resucite (todo recuerdo es una resurrección liviana) a través de lo que escribió sobre su abuela Julia. Mi bisabuela.

 “¿Quién no tiene un recuerdo de su niñez y el cariño y el amor de la abuela? En todos los tiempos la abuela ha sido el ser más querido en la familia.

Yo nací en el año 1923. Éramos cuatro hermanos y todos teníamos una predilección por la abuela. Mi madre trabajaba en las faenas agrícolas para ayudar a mi padre. La abuela nos recogía en su regazo desde muy pequeños. Ella era la que nos criaba y nos defendía de todos los peligros y era capaz de pelearse con quien hiciera daño a sus nietos.

Cuando volvíamos de la escuela al levantar el picaporte de la puerta, las primeras palabras eran: “¡Abuela, la merienda!”.

Ella solo tenía palabras para ensalzar a sus nietos: por eso dice el refrán cuando alguna persona se ensalza: “ese no necesita abuela”.

Todos los hermanos queríamos mucho a la abuela. A nuestra madre no la echábamos de menos.

 Cuando en la noche se juntaba toda la familia, la abuela siempre ocupaba el mejor puesto cerca del hogar, de la lumbre, donde ardían los leños.

Después de cenar y cuando marchaba a la cama, siempre se peleaban mis hermanas por dormir con ella. En la cama siempre tenía alguna oración que contar a sus nietos hasta quedarse dormidos.

Ella quedó muy pronto viuda. Tuvo cuatro hijos y tres marcharon a América quedando a vivir con una hija que era mi madre, por esto vivía con ella después de casarse. 

 La abuela llevaba la casa. Ella hacía las comidas y cuidaba de la casa y ayudaba mucho mientras pudo y siempre recordando aquellos hijos que marcharon. Murió con el ansia y el dolor de no poder volver a verlos. 

 La abuela se fue haciendo mayor. Estaba enferma. En la casa se vivía con mucha economía. Éramos siete en la familia y solo trabajaba mi padre con la ayuda de mi madre. Pero un día mis padres acordaron comprar una cabra para que mi abuela pudiera tener leche que tomar ya que por su enfermedad la necesitaba.

 ¡Cómo recuerdo aquel día que mis padres compraron la cabra para tener leche para mi abuela!…” (Memorias de Luis Torrecilla Estévez (1923-2009).



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