Tiempos de postureo

postureos

(30/08/2019) Desde que irrumpieron en nuestras vidas todas las pantallas y el éxito parece medirse por la amplia sonrisa que cada cual cuelga en Instagram, en el perfil de wasap o en las redes sociales, nuestra vida se ha convertido en todo un alarde del postureo. Y más en vacaciones.

 Ya no se trata de ir a cualquier lugar e indagar en los valores artísticos, paisajísticos, faunísticos o humanos que atesora. No. Se trata de llegar, tirar de móvil, colocarse junto a la obra  -pongamos El David de Miguel Ángel- , lucir sonrisa ensayada, hacer clic y colgar el resultado en Instagram o en el estado de wasap para que parientes y amigos comprueben lo bien que te lo estás pasando, lo exitosa que es  tu vida y la solvencia económica de la que disfrutas que te ha permitido hacer lo que ni siquiera soñaron tus abuelos: viajar a la Florencia de los Médicis y contarlo. Sobre todo contarlo.

 Lo demás, que si el David mide tanto o cuanto, que si fue símbolo de la república de Florencia, que si es de mármol de Carrara, te las trae al pairo. Lo importante es colgar la foto y que te vean.

 Pero no solo las vacaciones o el veraneo son proclives al postureo de cada cual. No. Cualquier acto o acontecimiento familiar se cuelga igualmente en esa gigantesca pantalla en la que se ha convertido nuestro mundo. Que se doctora el hijo, pues se cuelga la foto, que llega el nieto, pues lo mismo. Se trata de que los demás vean nuestra vida envidiable, que se enteren de lo bien y lo unidos que estamos.

 Alguien tendrá que hacer algún día una tesis doctoral sobre lo que ha llevado a tanto abuelo a colgar sin freno ni pudor la primera ecografía de su nieto, sus primeros balbuceos, su primera caquita, su primer baño, sus primeros pasos… ¿Dónde queda la privacidad y los derechos de esos niños?, ¿qué pensarán cuando lleguen a adultos?, ¿quién ve, usa y usará esas fotos?

 Pero a lo que íbamos ¿cuál es el objetivo, la motivación profunda que lleva a tanto hijo de vecino a exhibir su vida de forma compulsiva?, ¿qué mecanismo psicológico se esconde detrás de tanta exposición íntima, de tanto narcisismo?, ¿es el postureo la expresión moderna del aparentar que tanto se ha llevado entre nosotros?, ¿aparentar ser un triunfador ante nuestro grupo de wasap  como aquel hidalgo de nuestra novela picaresca  que famélico y desnutrido se rociaba las barbas para aparentar que había comido?

 Cualquiera sabe. En la videocracia que nos gobierna el término que nos define es ese neologismo que llamamos postureo. No se trata tanto de ser feliz y de que nos vayan bien las cosas como de parecerlo. Lo importante es la apariencia, el causar buena impresión.

 Pero hay más. Nadie se exhibe, nadie desnuda su vida sin saber que alguien está al otro lado de la pantalla. Nadie cuenta sus intimidades si intuyera que nadie le escucha. Y tal vez en este punto esté el quid de la cuestión. El punto clave. La retroalimentación ( el feedback que dicen en inglés) que nutre al narcisismo.

 La videotiranía que nos inunda y nos trastorna triunfa porque en lo más profundo de nosotros seguimos siendo una sociedad de mirones, de viejas del visillo, de monjas ventaneras, que pasamos nuestra vida, al parecer anodina y sin sustancia,  pendientes de las de los otros, sean famosos o amigos de wasap. De ahí el éxito de los programas y revistas llamadas del corazón y el éxito televisivo de tanto programa centrado en seguir y airear la vida ajena.

 Pero no es oro todo lo que reluce. En la videofilia o fotofilia que inundan las redes nadie cuelga la pataleta del niño, el enfado con su pareja, el aburrimiento, el tedio o el fracaso (tan presentes ¡ay! en nuestras vidas). Nadie la violencia, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Eso lo dejamos para que lo cuente el telediario. Ese telediario que cada vez se parece más a El Caso.

 Nosotros a colgar nuestra vida rosa, nuestro paraíso personal, nuestra cara más feliz, más guay, para que los demás vean que todo nos va sobre ruedas, que acertamos al elegir pareja, al elegir trabajo, al elegir lugar de vacaciones…aunque sea con nula o escasa convicción.

 Este exhibicionismo patológico, este culto al yo, se basa en la creencia de que lo que no se comparte o publica no existe. No basta con experimentar la satisfacción personal ante el momento vivido, hay que compartirlo con otros para sentirlo.

 Dicen los psicólogos que el postureo convulsivo tan propio de nuestro tiempo se debe a una falta de autoestima, de aprobación social. Y que esa carencia lleva a todo el mundo a parecer ser feliz y a buscar los emoticones del aplauso y el “me gusta” de los seguidores en la red. Posiblemente.

 Son tiempos de postureo, de sonrisa profidén, de apariencia, de exhibicionismo, de banalidad.



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