Tiempos ciegos

periódi

(30/04/2018) Todos los días llevaba a cabo la misma rutina. Se metía en el bar de la avenida, pedía un café con leche, abría el periódico del día y se entregaba a su lectura con tal intensidad y tanta atención que todo lo que pasaba a su alrededor le pasaba desapercibido.

Era una hora en la que se alejaba de su mundo más inmediato, de la banalidad de lo cotidiano, del aburrimiento mañanero, para asomarse desde la atalaya de la distancia, a lo que pasaba en otras naciones, en otros lugares, como si de una verniana vuelta al mundo en una hora, se tratara.

 De vez en cuando un sorbo de café, una mirada vaga y fantasmal al establecimiento  y vuelta a la lectura.

 Eran las noticias de siempre, casi todas malas noticias, sobre la marcha de la política, sobre corrupciones  de aquí y de allá que no tenían fin, sobre guerras y asesinatos, sobre supremacismos que ocultaban el racismo de siempre, sobre refugiados de muchas guerras…pero que a él le permitían alejarse de las insatisfacciones del vivir, de esas melancolías y tristezas que trae el día a día… Como si viendo los males ajenos, los propios se diluyeran o atenuaran su intensidad.

 A veces mientras levantaba la taza de café echaba una mirada abarcadora a su alrededor para confirmarse que se hallaba donde siempre, en el café de siempre y con los clientes de siempre que, como él, se hallaban entregados a la lectura de otros periódicos o concentrados en el manejo de su móvil (esas gafas que llevamos en la mano para ver el mundo). Ajenos al resto de la feligresía.

 Y así un día y otro día.

 Terminado el café y la lectura del periódico, salía a la avenida y, haciendo un esfuerzo heroico para adaptarse a la luz del día y a la realidad de la calle -algo que lograba achicando los ojos como si la vida que transcurría en la avenida, dada su insignificancia, no necesitara de la contemplación total-, tan alejada de la que había leído en el papel, se sumergía en los afanes y problemas de siempre.

 Por eso le costó mucho comprender lo que le pasó aquel sábado.

Llegó al bar, pidió un café como siempre y rebuscó entre la prensa antigua el periódico del día.

 Como no lo encontrara y viendo que su búsqueda pasaba desapercibida al resto de clientes que solo tenían ojos para sus móviles, se atrevió a pedírselo a uno de los camareros:

-¿El periódico?

-Hoy no hay periódico, señor.

Desanimado ante la inesperada noticia -seguramente alguna huelga salvaje en los rotativos, pensó-, se dejó caer sobre la barra y resignado ante tanta fatalidad (hay días que mejor no levantarse) se entregó a la contemplación de lo que sucedía en el local: un repartidor que entregaba puntualmente la mercancía, -cinco cajas de cerveza-, tras quejarse de lo mal que estaba el tráfico; una joven invidente que ofrecía los cupones del día a una manada de sordos absortos en sus pantallas; un hombre que echaba de manera compulsiva monedas a la máquina tragaperras buscando un premio que nunca llegaba; dos jóvenes oficinistas que hablaban sobre su contrato laboral y la imposibilidad de hacer planes de futuro (“si me caso tendremos que irnos a vivir con mis padres”); un grupo de mujeres que reían, con complicidad manifiesta, las torpezas culinarias de sus maridos; cinco obreros de la construcción, colombianos, quejosos y críticos con el encargado que les hacía trabajar “siendo el día que era”…

 Aquellos problemas de la gente, aquellas conversaciones de taberna, tan cercanos a su vivir y que nunca ocupaban las páginas de los diarios que con tanta pasión devoraba cada día, le parecieron nuevos, como llegados de otro mundo, de un mundo que por ser tan cercano le resultaba estratosférico. Como un punto ciego en la retina de la realidad.

 Estaba tan metido en los problemas propios y en los del resto del mundo (de ese mundo lejano que cada día le acercaban los periódicos) que había olvidado los de sus vecinos, los de aquellos con los que se tropezaba cada día en la calle.

 Por olvidar, había olvidado incluso que aquel día nefasto en el que no había periódico en el bar de la avenida era Sábado Santo, uno de los tres días del año en los que no se editaban periódicos. También le pasó desapercibido (la falta de costumbre) que los cinco obreros de la construcción, los colombianos que se quejaban del encargado, estaban trabajando de forma clandestina en el rellano de su escalera.



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