Semuret: “Ciudad de las turquesas”

 gonzález

(30/01/2019) Algo se muere en el alma cuando un amigo se va, decía una canción que muchos hemos tarareado cuando nos ha punzado la nostalgia de las despedidas. Y si ese amigo es además un librero que deja su oficio, el dolor parece multiplicarse por razones que uno no sabe muy bien explicar. Hay palabras que no encuentran en sus entrañas la hondura que exige el sentimiento.

 Porque si todos somos los libros que hemos leído, la pintura que hemos visto, la música escuchada y olvidada y las calles recorridas, también somos los amigos que ha tenido y las librerías que nos han alimentado.

  Escribo todo esto porque me ha dado un súbito ataque de melancolía, un sarpullido de añoranza, al enterarme que Semuret, la librería decana de Zamora, se traspasa por jubilación de su actual propietario, Luis González. Tras 118 años asentada en la ciudad del Duero (tercera generación de libreros), Luis desea “pasar el timón a un amante de los libros que tome el testigo porque no es ésta una librería al uso sino dedicada al libro y a Zamora y a los zamoranos con un cuidado especial”.

 Conocí a Luis González en la diputación de Zamora cuando presentamos, en un ya lejano 2007, mi libro Pleitos para la historia local. Cañizal una villa de Valdeguareña, que hace el número veinte de la colección “Biblioteca de Cultura Tradicional Zamorana”, y me sorprendieron a partes iguales su sencillez y su profesionalidad. Por eso cuando he vuelto a coincidir con él, el pasado verano, en la presentación de La Mancera, diez años de cultura jariega, ya sabía de su talante, de su bonhomía  y de su enorme amor a los libros. Un amor que le ha llevado a asesorar a los lectores, (“el amor a los libros se une al del lector y cliente que forman parte de tu vida y lo primero que haces es acordarte de ellos cuando te llevan libros que sabes que van a gustar a unos o a otros”) y a editar volúmenes sobre una cultura, la del mundo rural, en trance de desaparición (“hay montones de libros que si no los hubiéramos publicado nosotros, no habrían salido a la luz”).

 Una librería es un montón de cosas. Es el libro polvoriento que espera la caricia lectora, es la madera tallada de sus estanterías, es la sabiduría del librero que ausculta tu pulso lector y conoce tus preferencias (también tus fobias), es  la especialidad que la identifica (“esta es una librería que, aunque tiene un fondo universal, es principalmente local y ha atendido a todos los autores zamoranos y castellano leoneses”), es también su nombre…

 Sí, porque el nombre es el destino (nomen est omen), es la clave, es una profecía, y no es lo mismo llamarse “Librería Fernández” que llamarse “Librería El sueño de Pepa”, y no es lo mismo llamarse “Librería Santo Tomás” que llamarse “Librería Semuret”. No es lo mismo.

 Semuret, el nombre con el que los árabes llamaron a Zamora y que significa “ciudad de las turquesas”, fue el nombre que Luis eligió para su librería. Y el destino quedó sellado.

  Dime qué librería frecuentas y te diré qué lector eres. Porque las librerías como los libros trasmiten sentimientos y emociones, inundan tu imaginación, alteran tu mente y construyen tus ficciones.

 Las librerías cambian al lector, le fagocitan en esa comunión de historias que le ofrece y que le permiten ver y escuchar el mundo.

  Y quien dice las librerías dice los libreros que son quienes las dotan de alma. Porque las librerías tienen alma, el alma de quienes las crearon, vivieron y soñaron. El alma de sus libreros.

“Éramos un poco la librería de los libros olvidados. Hemos buscado los libros más raros que te puedas imaginar y, con tiempo, hemos conseguido cosas increíbles. Ver que el cliente te lo agradece y te sonríe, te llena de satisfacción”.

 En el desierto de la dictadura de la imagen habrá que fomentar el amor a esos oasis donde germinan los libros. El amor a librerías como Semuret. A libreros como Luis González.

 Y más ahora que llega el traspaso. Un cambio de manos que siempre es una incógnita. ¿Será un amante de los libros quien timonee Semuret en su nueva etapa? ¿Será un mero comerciante que los venda al por mayor sin valorar su talento y su individualidad?

 Como lector, querido Luis, tengo mis miedos. Tú y yo sabemos que también existe un infierno de los libros. El averno de esos ejemplares que terminan en un basurero cuando fallece su propietario, o el de los que son tratados con desprecio y apartados con ira al ocupar demasiado espacio en una estantería.

 Ojalá Luis que el nuevo propietario continúe tu obra. Que el amor al libro sea su guía.

 Que se figure el paraíso bajo la forma de una biblioteca, como Borges. O de una librería, como tú.



Los comentarios están cerrados.