Se me murió José Luis

(10/6/2009) No es lo mismo que se muera alguien, a que se te muera alguien. El matiz que aporta a la frase el pronombre “te” hace que ésta tenga unas connotaciones muy distintas. A mí se me murió José Luis hace unos meses y ya nada es lo mismo.
Nos conocimos, hace algunos años, en la parada del autocar colegial. Él llevaba a sus nietos y yo, a mi hijo. Pronto estalló entre nosotros una chispa de complicidad ante temas que nos gustaba compartir y debatir.  Con el tiempo,  aquel complot ante temas comunes se convirtió en profunda amistad.
Era un gran conocedor de la historia de la ciudad, y me consta que atesoraba una amplia y variada bibliografía sobre la misma, aunque nunca presumió de ello. Bastaba con oírle hablar para cerciorarse que le entusiasmaba el tema y que disfrutaba con nuestras charlas.
Nunca publicó nada  -que yo sepa- pero contribuyó a que otros lo hiciéramos -que leer es otra forma de escribir libros- motivados por su interés y sus aplausos a nuestras pequeñas incursiones en el mundo de la escritura.
Estoy seguro de que alguno de mis libros se gestó en aquellas charlas con José Luis mientras controlábamos la seguridad infantil en el siempre peligroso asfalto. Sabias Charlas aquéllas.
Luego, cuando se enteraba de una nueva publicación, acudía a mí con 5 ó 6 ejemplares  y otros tantos nombres de sus amigos  -me consta que eran muchos- para que se los dedicara a cada uno de ellos.
- Pero, José Luis -le decía extrañado ante tal cúmulo de ejemplares- ¿qué has hecho?
Él se limitaba a sonreír para terminar diciendo:
-Es el regalo que les haré en Reyes –y lanzaba una sonrisa tan grande como su corazón.
Más tarde descubrí que hacía siempre lo mismo fueran Reyes o fuera el 1 de Mayo.
Siempre me sorprendió esta forma de actuar, ese saber estar que no se aprende en ningún manual de buenas costumbres, esa generosidad innata; acostumbrado como estoy a quienes esperan el regalo del libro, ajenos a algo tan obvio como que el libro hay que comprarlo, que el escritor necesita lectores que compren sus libros. José Luis era todo un caballero del mundo del libro.
Me pregunto, desde hace algún tiempo, por qué últimamente me siento sin ganas de escribir, sin apenas ingenio para encontrar nuevos temas, lento ante la pluma y las historias…Hoy creo que lo sé. En lo que va de año se me han muerto dos grandes lectores: José Luis era una de ellos, el otro mi padre. Y es que la mano del escritor lejos de responder a impulsos nerviosos del encéfalo, responde a vibraciones y latidos del corazón, a pulsos de querencias cercanas, a palpitaciones que hunden sus raíces en ternuras amigas e inconscientes.
Hay una ausencia en las esquinas y en las calles comunes desde que José Luis se fue. Nunca pensé que la calle tuviera tantos vacíos, tantos huecos, abarrotada como está de gente. Nunca. Desde que se me murió José Luis entiendo a la perfección el desespero del poeta de Orihuela, Miguel Hernández, cuando clamaba ante la tumba del amigo:

“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero
que tenemos que hablar de muchas cosas
compañero del alma compañero”.

Hasta siempre, José Luis.

 



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