Retorno a Ítaca

Ítaca

(30/08/2021) Es un acontecimiento que se repite cada verano. Hombres y mujeres cuyos padres abandonaron el campo para emigrar a la ciudad vuelven al pueblo, del que partieron con pocos años, para enfrentarse, cuerpo a cuerpo, con los recuerdos de su infancia.

Es el eterno retorno a Ítaca que Homero tan sabiamente relató en la Odisea. El mito por excelencia de la condición humana. Porque nuestra existencia se reduce a eso: salir de la casa paterna, marchar a las guerras de Troya que nos depara la vida y retornar, tras sortear toda clase de peligros (Polifemo, Escila, Caribdis, sirenas…), al lugar de partida. “Y volver, volver, volver…” que decía la canción.

 Todos convertidos en Ulises, en Odiseos que retornan a Ítaca donde esperan encontrar la Penélope que abandonaron, la infancia perdida que dejaron encerrada en casas de adobe con olor a lumbre y sabor a poco.

-Marché con diez años y vuelvo por primera vez -me confía una mujer, extrañada ante la pequeñez de las casas y la cortedad de las calles que le parecieron enormes cuando niña.

 En este eterno retorno a los principios, a los orígenes, no cuentan las riquezas acumuladas ni los poderes adquiridos durante el viaje. Todos retornan vírgenes de ambición, desnudos de maldad, con la inocencia a cuestas como cuando marcharon.

 Esta añoranza por la infancia (que nos envía engañosas postales en color durante toda nuestra vida), esta nostalgia por volver a los orígenes está incrustada en los genes de nuestra animalidad más atávica (las golondrinas, los salmones…), tan solo han cambiado las posibilidades de volver. De hacerlo con éxito.

 -Hemos traído los restos de madre al cementerio. Siempre nos estaba hablando de su pueblo. Ella nunca volvió. Eran tiempos difíciles.

 Nostalgia universal, como dije, que atrapa a todos por igual sea cual sea su procedencia o su condición, sin que existan motivos, basados en la lógica, que expliquen este agarre a la tierra, este incansable volver al nido.

 “El río que pasa por mi pueblo es más pequeño que el tuyo. Pero el río que pasa por mi pueblo es más hermoso que el tuyo porque es el río que pasa por mi pueblo” escribió el portugués Fernando Pessoa en un intento de explicar esta incoherencia de la condición humana, este amor sin sentido que fomenta los localismos, las identidades y las tribus.

 Los lugares de la nostalgia (de la saudade que diría Pessoa) y de los mitos son los de la infancia. Y si la infancia fue feliz resultará muy difícil escapar a ese enganche emocional, a esa melancolía eterna. ¿Cómo sobrevivir a una infancia feliz?

 Por eso cuando acaba el agosto son muchos los que, cansados de  resistir tanta morriña, retornan ansiosos a la ciudad. Incapaces de sobrevivir a tanta melancolía, temblorosos ante tanto recuerdo feliz, inadaptados a la dura realidad de la España vaciada, vuelven a cerrar la puerta de la infancia y, saciados de ingenuidad y mudos (la voz “infancia” procede de infans “el que no habla”), huir de aquellos demonios que los atrapan desde niños, tomarse un respiro de once meses y volver (siempre volver) el próximo verano.

 La ausencia de realidad que hubo en nuestra infancia hace de nosotros los seres que somos.

 Por eso volver al pueblo a esos pueblos espectrales donde casi nadie lleva la cuenta de las horas que diría Juan Rulfo, es reencontrarse con uno mismo. Es comprobar que la realidad poco o nada tiene que ver con los sueños.

 Pueblos sin bares, sin médico y sin niños, cada vez más alejados de esa Arcadia feliz que soñaron entre sábanas bordadas de añoranza, pero que les atrae como la miel a las moscas cuando llega el agosto, porque en lo más profundo de la casa saben que está Penélope, vestida de infancia, esperándolos.

 Habría que hacer un monumento a estos Ulises que contra viento y marea siguen retornando cada verano a su pueblo, a su Ítaca. Y si no un monumento (por falta de fondos) habría que pedir  que su retorno se incluya en las listas del Patrimonio de la Humanidad como han hecho en Algar, allá por Cádiz, solicitando que las “charlas al fresco” -esas conversaciones en plena calle al caer de la tarde- se incluyan en tan prestigiosa lista.

 Volver a casa, al pueblo, cuando llega el agosto: Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.



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