Odisea emocional

hal

(10/05/2018) Ahora que se cumple medio siglo de casi todo, (mayo del 68, movimiento hippy, protestas contra la guerra del Vietnam, Primavera de Praga, Movimiento de 1968 en México…), no deberíamos olvidar un acontecimiento cultural que tuvo un importante eco en dicho año: el estreno de una película de culto que marcó un antes y un después en lo que al cine y su creatividad se refiere: 2001: una odisea del espacio.

 Como son muchos los artículos que se están escribiendo sobre la película de Kubrick y muchos los festivales en los que se está reponiendo, les hablaré de dicho film -al que animo a ver desde estas líneas a quienes aún no lo hayan hecho- centrándome en el autor, en el novelista que hizo posible, gracias a su genio, una obra sorprendente, llena de poesía y de magia.

 Me estoy refiriendo a Arthur C. Clarke un aficionado a la astronomía -de niño ayudándose de un telescopio dibujó un mapa de la Luna- que predijo en los años cuarenta del pasado siglo que el hombre llegaría a la Luna en el año 2000. Aquella idea tan adelantada a su tiempo fue criticada y ridiculizada por los expertos de la época. Estaban lejos de admitir que la profecía no solo se cumpliría sino que lo haría treinta años antes de lo anunciado.

 Detrás de toda película importante hay casi siempre un gran guionista y más atrás, en muchos casos, una gran novela. Y eso le ocurre a 2001: Una odisea del espacio, genialidad de Kubrik que contó con el guion de Clarke y del mismo Kubrik. Guión basado en uno de los primeros cuentos de Clarke, El centinela, escrito en 1948 y publicado en la revista Diez historias de fantasía en 1951.

 Piloto durante la Segunda Guerra Mundial, especialista en radares y uno de los teóricos de los satélites artificiales en órbita geoestacionaria -llamada en su honor “Órbita Clarke- su biografía va mucho más allá de la de escritor y guionista de una de las películas más celebradas.

 Presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica (BIS) y gran aficionado a la astronáutica, Clarke se haría muy popular en los años 60 gracias a sus comentarios sobre las misiones Apolo en la televisión.

 Divulgador científico con numerosos trabajos publicados, son famosas las Leyes de Clarke publicadas en su libro Perfiles del futuro en 1962 y que están relacionadas con los avances científicos. Son estas:

1. Cuando un científico eminente pero anciano afirma que algo es posible, es casi seguro que tiene razón. Cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado.

2. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible.

3. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

 Esta última ley me vuelve a llevar a la película que escribió y que le llevó dos años de trabajo junto con Kubrik. Y es que “magia” puede ser una de las palabras que la definen, otras pueden ser poesía, pulsión estética, perfección, irracionalidad…

 El director de cine James Cameron -Titanic, Avatar…- ha hecho unas declaraciones en las que tras alabar el film de Kubrik, al que considera una obra maestra, le reprocha la carencia de emociones.

“No me gusta su esterilidad. Me gusta que las películas tengan más peso emocional para poder involucrarme“.

 Pero calificar de “estéril” el espectro emocional de 2001: una odisea del espacio es algo que no se corresponde con la realidad. El protagonista indiscutible de la película, el superordenador Hal 9000, demuestra tener emociones y como a cualquier ser humano le asedian las sospechas, las dudas, la envidia, los celos, las amenazas… Incluso su voz que puede resultar fría en un principio, se manifiesta, a medida que avanza la película, llena de impulsos emocionales.

 Pero lo que mejor demuestra el peso emocional de la obra de Kurbik-Clarke y desmiente la afirmación de Cameron es la reacción del superordenador ante la proximidad de la muerte.

 Como les ocurre a tantos ancianos, Hal, próximo a su desaparición, recuerda mejor los pasajes remotos de su existencia, los de la “niñez”, que los más cercanos. Y las canciones de infancia están entre esos inolvidables recuerdos que le acompañan hasta el último suspiro.

 “Me pusieron en funcionamiento en Illinois el 12 de enero de 1992” recuerda Hal cuando ve próxima la desconexión, la “muerte”. Luego recuerda a su primer instructor, el señor Langly, y la canción que le cantaba en su “infancia”: Daisy, Daisy.



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