Memorias de un papirómano

periódico

(10/06/2018) Desde que los móviles aterrizaron en nuestras vidas se nos han hecho más fáciles muchas cosas, por ejemplo y sin pretender ser exhaustivos, leer el periódico del día en la barra del bar sin pelearse con nadie.

 Antes de la “era pantallosa” era casi imposible hacerse con un ejemplar del día y no desfallecer en el intento; había auténticas batallas y estrategias entre clientes para lograrlo: desde los madrugadores que se incorporaban a la barra del bar a horas intempestivas para hacerse con el pecio, hasta quienes pedían vez al voraz lector del momento para ser el próximo en la refriega y saltar por encima de quienes esperaban, hundidos en el mostrador, su turno.

 Pero llegaron las pantallas, como dije, y ya nadie presta atención a las hojas del periódico que permanecen desmayadas junto al barril de cerveza.

 Y así nos vemos a la hora del café: cabizbajos como quien cumple una penitencia, absortos en las pantallas del móvil y cliqueando noticias que alguien quiere que leamos y que ha programada y dispuesto un señor desde algún imperio lejano.

Me ha ocurrido muchas veces, pincho en el móvil una noticia que me interesa, ¡clic!, y al día siguiente tengo varias de parecido contenido esperando, impacientes, su turno, ¡clic!, ¡clic!, ¡clic!..

 Cualquier atisbo de mi interés por la política, por la sociedad o por la vida, es recogido por el Gran Hermano que me vigila y gobierna para ser transformado en toda una catarata de informaciones que basadas en mi perfil de usuario (ese rastro que voy dejando a los depredadores de la selva mediática) dirigen mis intereses que son los suyos.

 Tengo la costumbre de leer varios diarios digitales, diferentes en su ideología, para hacerme una idea lo más objetiva posible de lo que está ocurriendo, pero antes de llegar a la cabecera de esos diarios, el buscador me presenta otras noticias o sucesos que yo nunca le pedí. ¿O sí? Creo que sí.

 Viendo su contenido compruebo que, sospechosamente, son parecidas a las que he pinchado en los diarios  digitales días atrás.

 Y no es que defienda, desde estas líneas, la honorabilidad de la prensa en papel frente a la digital. No. Allí como aquí cada titular cumple la función, la línea editorial que el equipo directivo del periódico ha trazado. Pero al menos el periódico de siempre ignora mis lecturas pasadas, mi interés por determinadas noticias y no las usa como herramienta para darme lo que quiero (o busco) mientras me inunda con un sinfín de anuncios.

 ¿Será cierto que como defienden muchos, el individuo cada vez controla menos su devenir y es más vulnerable? ¿Tendrán razón los que defienden que la tecnología provoca la pérdida de la personalidad e identidad de una persona?

Por eso valoro las ventajas del papel. Me permite pasar las hojas, posar mi mirada en determinados titulares y leer distintos artículos que captan mi atención, sin tener que rendir cuentas a nadie haciendo el clic de turno que me delata, me pone en evidencia y alimenta los algoritmos que paren el Big Data: esos ojos lejanos y escrutadores que vigilan nuestras lecturas, analizan nuestros sentimientos y emociones y miden hasta el tiempo que nos detenemos en cada página para contribuir a nuestra alienación como especie.

 Ted Kaczynski, el unabomber, aquel terrorista que lanzó el manifiesto anti-tecnológico más recordado en los anaqueles, lo sabía. Por eso intentó con mañas asesinas impedir la revolución. La revolución que ha llegado para quedarse y que anuncia el apocalipsis de la especie.

  Dicen algunos pensadores que la sociedad tecnológica que controla una élite todopoderosa diluye la autonomía personal, frena la disidencia y favorece una sobre-socialización perversa que nos frustra como individuos, atrofia nuestra empatía, nos controla y nos aborrega. ¿Será cierto?

 Barridas la libertad, la privacidad y la decencia por una tecnología desatada y sin escrúpulos, auguran profetas en paro, solo nos quedará volver al papel, al esfuerzo creativo e intelectual que otorga el papel. También a la conversación cara a cara que proporcionaban las viejas tertulias.

  Solo así podremos evitar el retroceso hacia la barbarie en un mundo sin libertad, manipulado desde los poderes que tienen la tecnología a su favor.

 Pienso en todo esto mientras observo el periódico del día, huérfano de lectores. A su lado, un tropel de conectados permanecemos mudos, atrapados por el cúmulo de noticias y anuncios que descarga nuestra pantalla. Alguien, desde una base muy lejana, fotografía nuestra conciencia. ¡Clic!



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