Libro en blanco

(10/3/2011) Sheridhan Simove, artista polifacético y británico, según dicen quienes entienden de estas cosas, ha publicado un libro que tiene una característica tan sorprendente que lo ha elevado al olimpo de los creadores más celebrados: está en blanco.
Un libro en blanco que se vende como churros entre los estudiantes del Reino Unido por la módica cantidad -dada la “excesiva” información que contiene-, de 5,45 euros.
Con un título que promete “What every man thinks about apart from sex” y que en cristiano significa “En lo que todo hombre piensa aparte del sexo”, Shed ha llevado a feliz puerto la idea a la que aspira todo escritor, convertirse en éxito de ventas sin tener que esforzarse mucho. ¿Se apuntan?
- Si todo escritor siente pánico ante la página en blanco, ¿para qué llenarla de contenido? – ha debido de pensar el inglés.
Tras el título, 200 páginas en blanco que son según palabras del autor “el resultado de 39 años de meticulosa investigación”.
Esfuerzo que ha tenido su recompensa (como decían nuestros maestros). El libro en blanco de Shed se vende más que Harry Potter y que el Código da Vinci. Que ya es vender.
¿Quién dijo que el libro en formato papel estaba en peligro? ¿Quién le daba por muerto? Ante el éxito de Shed, alguien habrá tenido que morderse sus pesimismos. El libro en cuestión no es sólo fácil de leer sino que puede ser utilizado -eso dicen los estudiantes- para tomar apuntes consiguiendo lo que todo autor sueña para su obra: que sea tan abierta que sirva para todo tipo de público y que cada cual pueda verse reflejado en ella (ideal para quien no tiene nada en su cerebro), e incluso re-escribir la historia que le dé la gana sobre su fondo inmaculado.
El libro digital tendrá que esperar. A los tradicionales usos del libro que excedían la mera lectura se suma otra: el libro en blanco para tomar apuntes.
El padre libro que ha servido y sirve tanto“para un roto como para un descosido” cuando la necesidad obliga –y obliga tantas veces- se sacrifica una vez más para llenar su vientre níveo de notas y apuntes a cambio de nada. Porque la nada -espejo de nuestro tiempo- es lo que ofrece a los estudiantes.
Al “libro-escalera” que apilado con otros volúmenes sirve para llegar al estante más alto, al “libro-muleta” que alarga la pata de la mesa coja; al “libro-papel higiénico” que ha limpiado tantas y tantas cosas; al “libro-alimento” que ha matado la hambruna de roedores que ya no tenían nada que llevarse a la boca; al “libro-combustible” que ha alimentado tantos fuegos; a todos ellos les ha salido un nuevo y carismático hermano con vocación de servicio a la comunidad: el libro en blanco.
Aunque me temo que tras tanta generosidad puede esconderse un deseo, un ansia de suicidio silencioso ante lo que se le viene encima. Una forma como otra cualquiera de aligerar carga y de soltar lastre para que cuando llegue la parca -con la guadaña en forma de pantalla virtual y al grito bárbaro de ¡e-book!- le pille, como quería el poeta, ligero de equipaje.
A los cuadros en blanco de algunos pintores; al concierto en el más absoluto de los silencios ( recuerden el 4´33” de John Cage); a tantas y tantas formas de nadería cultural, habrá que añadir, a partir de ahora, el libro en blanco de Shed.
Uno que quiere subirse al carro de la creatividad y aportar alguna idea al asunto se pregunta que para cuándo una película sin imágenes ni sonido; una obra de teatro sin actores o con los actores inmóviles porque no tienen nada que hacer durante las dos horas que dura la función, para cuándo un discurso con un orador que suba a la tribuna y emplee su precioso tiempo en no decir nada de nada. ¿Para cuándo?
Aunque bien pensado esto último ya se practica desde tiempo inmemorial o ¿se han olvidado ustedes, queridos lectores, de tanto político mediocre que lleva años y años sermoneándonos sin decir absolutamente nada?



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