Leer o no leer, esa es la cuestión

(20/1/2010) Algunos futurólogos de las letras andan como locos dando vueltas al tema del libro electrónico, augurando, en plan apocalíptico, la muerte del libro en papel. Al parecer las nuevas generaciones que han mamado de la teta digital desde que abrieron los ojos al mundo, optarán por este soporte tan familiar para ellos y dejarán de lado, como una antigualla, el libro encuadernado de toda la vida. Dicen.
Pasó lo mismo, ¿se acuerdan? cuando llegó la televisión. Para muchos, aquel invento, aquella pantalla de andar por casa, iba a suponer el fin del invento de los hermanos Lumiére. Adiós cine, adiós séptimo arte, adiós Gery Cooper, se oía llorar por aquí y por allá, a los derrotistas de siempre. Y nada.
Más tarde también hubo quien preconizó el fin del teatro. La gente debe quedarse en su casita y nada de salir a la calle, siempre tan llena de peligros. Mejor ver la “Sesión de tarde” que nos ofrece la programación televisiva. Decían.
Pues no. Se equivocaron unos y otros. Ni el cine ni el teatro están en peligro de muerte ni lo estuvieron nunca. Al contrario. El teatro nunca estuvo tan vivo como en la actualidad. Lo dicen los que entienden. Y sobre las películas, sobre el cine, ¡qué me dicen ustedes! Cada vez es mayor el aporte televisivo al cine y viceversa.
Y es que el problema va por otro lado. El problema no es dónde se leerá. El problema es si se leerá o no. Y es que los niveles lectores de nuestros muchachos están bajando a niveles preocupantes. Leer más de diez líneas supone para muchos un esfuerzo ciclópeo que no quieren afrontar.
El problema no es el recipiente en el que se verterá la lectura del futuro sino si esa letra impresa o digitalizada va a tener clientes dispuestos a degustarla.
Es de suponer que el mercado del libro electrónico asistirá pronto a una explosión en ventas debido, no vayan ustedes a creerse, a la demanda de todos aquellos que aspiran a conseguir las últimas novedades tecnológicas, sean estas del tipo que sean. Luego, cuando la furia compradora y novedosa recupere sus derroteros normales ambos convivirán. Pero lo que está más claro que el agua es que, para quien no suele leer, el libro digital no le aportará el milagro de aficionarlo a la lectura.
Dicho lo anterior hay que reconocer las ventajas que sin duda va a aportar el libro electrónico. Entre otras, y sin pretender ser exhaustivo, el poder leer rarezas bibliográficas que sólo se pueden encontrar en Internet, o poder viajar sin tener que llevar diez volúmenes en la maleta, o poder consultar la necesaria documentación en un momento dado. No digamos nada sobre lo bien que les irá a los lectores voraces que no pueden permitirse económicamente leer todo lo que quieren, o al editor que ha de leer cientos de manuscritos, o al que prepara una tesis doctoral y tiene que consultar una amplia bibliografía, o a quienes el pequeño tamaño de la letra en las ediciones de papel les resulta ilegible… Para ellos el libro electrónico será la panacea a muchos de sus problemas.
Además, no se degradan, son clonables, transportables virtualmente y permiten la indexación completa (buscar cualquier palabra, de manera exhaustiva en cualquier momento). Ventajas que no se deben subestimar.
Luego estarán los que quieran seguir leyendo en el libro de toda la vida, acariciando su lomo y la textura de sus tapas, oliendo sus aromas a tinta fresca o rancia, oyendo el aleteo de sus páginas, contemplando su bello perfil poliédrico, etc. etc. En una palabra: los románticos.
Y es que el libro clásico más que un objeto es para muchos una manera de acercarse a la lectura de una forma más artística y placentera. Como catadores que piden llevar a cabo la degustación de los caldos en las copas adecuadas y no en cualquier recipiente.
Resumiendo: el libro electrónico no es enemigo del libro de papel ni viceversa. El mayor enemigo del libro no es su soporte, uso o almacenamiento, sino el no encontrar lectores. Pues el libro solo existe para ser leído.



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