La ciudad sin prisas

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(20/8/2015) Quince de agosto. Mientras deambulo por la ciudad esperando encontrar un bar en el que tomar mi café mañanero y tras comprobar que todos están cerrados debido a la fiesta de la Asunción de la Virgen también conocida como Nuestra Señora de Agosto -que obra el milagro de llenar los pueblos y vaciar la ciudad, cosa extraña y que sólo ocurre en este día-, me encuentro con una turista, plano en mano, en esa edad de las mujeres que aún leen, que me pregunta por el camino para ir a la Catedral y al Mercado del Val.
Y, como por uno de esos azares de la vida, me lo pregunta cuando me encuentro en la calle de La Platería, le indico que mire hacia la iglesia de la Vera Cruz que cierra la calle por el naciente. Si toma el camino de la derecha, le digo, llegará hasta la Catedral y si toma el de la izquierda se topará, a pocos metros, con un Mercado del Val en obras y a la espera de una remodelación, esperemos que acertada.
Me despido de la turista agradecida y me encamino hacia la Plaza Mayor mientras pienso en lo parco que he sido y en las posibilidades que ofrecía el lugar para haberle ofrecido una visión de la historia de la ciudad que, en día tan poco proclive, se había dignado visitar.
¿Por qué no le asesoré que nos hallábamos ante una Iglesia, la de la Vera Cruz, sede de la cofradía más antigua de la ciudad, con el emperador Constantino mirándonos desde su hornacina?, ¿por qué no le hablé de la antigua Costanilla, luego calle de La Platería, donde se inició el incendio de 1571 y que, restaurada por orden del rey Felipe II, se convirtió en la más bella calle renacentista del momento, tanto que los antiguos viajeros se referían a ella como “la más hermosa y apacible vista que se podía imaginar”?, ¿Por qué no le informé sobre la Plaza del Ochavo, cantada por Cervantes en su “Entremés de los habladores” , que se halla en el otro extremo de la calle?, ¿por qué no le dije que el santo patrono de la ciudad, San Pedro Regalado, nació en la casa que hace esquina con dicha plaza?, y ya puestos ¿por qué no le asesoré sobre el río Esgueva cuyo ramal norte cruzaba dicha calle antes de que fuese desviado para evitar crecidas que anegaban la ciudad de Valladolid?
Me fastidiaba el haber sido tan escueto y no haber aprovechado el momento para hacer de guía en un día en el que apenas se ven coches y donde reina un extraño sosiego al haber huido prisas y ruidos hacia los pueblos.
Porque sin prisas ni asuntos que resolver, podría haberla acompañado, al menos, hasta la esquina para mostrarle el Mercado del Val y hablarle de la importancia de los mercados decimonónicos en una ciudad que tuvo tres. O llevarla, ya puestos, hasta la misma Catedral para ver su hermosa fachada y comprobar que “gracias” a que no se pudo terminar hoy podemos admirar los restos de la antigua Colegiata de Santa María. También para indicarle que allí a la sombra de la pared que da al noroeste, junto a la misma Esgueva que atravesaba La Platería, se hallaba otro de los mercados: el mercado de Portugalete.
Y corroborando lo dicho, podría haberle recitado los versos del libro “Valladolid…¡si yo te contara!” en los que se trata dicho asunto:

Y de hierro, tres mercados
hechos en el XIX.
Uno es el Del Val, los otros
Campillo y Portugalete.
De los tres, sólo el primero
sobrevivió a la piqueta,
a las desidias añejas
y a los azotes del tiempo.

Pero tan sólo le di la información que demandaba y abandoné la oportunidad de asesorar a quien de seguro lo necesitaba. Cobarde.
Cuando por fin encuentro una cafetería abierta y leo el periódico del día compruebo asombrado -es un día de milagros- que varias asociaciones quieren reabrir como paseo turístico la línea de ferrocarril, abandonada hace años, Valladolid-Ariza.
Vuelvo a “Valladolid…¡si yo te contara!”:

Valladolid-Ariza
viajando en tren,
la Meseta en colores
y yo el pincel.

……

Tudela, Traspinedo
Sardón, Valbuena,
esperan al borracho
que culebrea.

Valladolid-Ariza.
Por donde el Duero
un gigante metálico
bebe los vientos.

…..

Pero el gigante lleva décadas dormido… ¿despertará?



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