La casa de Cervantes

(19/8/2011) En lo que, en los primeros años del siglo XVII, se conoció como Rastro de Carneros y hoy es calle de Miguel Iscar, se halla la Casa de Cervantes. En Valladolid.
Los turistas, que admiran casa y entorno desde las alturas de un enrejado situado en dicha calle, se sorprenden de que la casa ocupe un lugar tan bajo con respecto al resto de los edificios. Ignoran, posiblemente, que por dicha calle pasó el ramal sur del Esgueva y que Miguel de Cervantes tenía que cruzar un puente para acceder al centro de la ciudad. El desvío del cauce del río y la conversión de su trayecto en calle han necesitado de una elevación del recorrido para evitar sustos. Ya se sabe. Las aguas tienen la eterna manía de querer siempre volver a su cauce.
Pero ahí está. La única casa de la que se sabe a ciencia cierta que fue habitada por el genio de los genios. Y todo gracias a un pleito, a uno más de los líos en los que se vio enredado don Miguel.
Tras el cautiverio de Argel y cuando ya se las prometía muy felices al ser designado Comisario Real de Abastos para la Armada Invencible, fue encarcelado en 1592 acusado de vender parte del trigo requisado. No fue la única vez que don Miguel visitó la trena ese lugar en el que, según sus palabras, “toda incomodidad tiene su asiento”. No. En 1597, ejerciendo el oficio de recaudador de impuestos volvió a visitar la cárcel de Sevilla durante cinco meses. ¿Por qué? Simón Freire, banquero que custodiaba lo que Cervantes había recaudado, quebró, según unos, o huyó con el dinero, según otros, y dejó a nuestro escritor como dejaron, dicen, a Gary Cooper: “solo ante el peligro”.
Pero estábamos en la Casa vallisoletana y hay que relatar para quien no lo sepa, que allí, en 1604, cuando el tercer Felipe convirtió a la ciudad del Pisuerga en capital de la Monarquía Hispánica, nuestro hombre estuvo por tercera vez a punto de dar con sus huesos en el trullo.
Y todo por culpa de un tal Ezpeleta, caballero de la Orden de Santiago, que no se le ocurrió mejor idea que la de irse a morir, tras un duelo, a la misma puerta de la vivienda de Cervantes. ¡Vaya por Dios!
Él, que tan a gusto vivía con sus “Cervantas” (sus hermanas Andrea y Magdalena, su sobrina Constanza, Isabel, que pasaba por hija natural del escritor y Catalina de Salazar, su esposa) tuvo que dar mil explicaciones al “alcalde de casa y corte”, un tal Villarroel, de no haber tenido “arte ni parte” en la muerte del caballero santiaguista.
Y también las mujeres de la casa, acusadas por una tal Isabel de Ayala de recibir visitas masculinas “de día y de noche”. Señora esta que, para más señas, era una viuda devota -además de vecina chismosa-, y que sabía por habladurías callejeras que Isabel de Saavedra, hija de don Miguel, estaba amancebada con un tal Simón Méndez, portugués, de quien había recibido un costoso regalo.
Pero el alcalde Villarroel que no estaba para bromas, se tomó las habladurías en serio e hizo declarar a Cervantes y a “las Cervantas”.
Constanza de Ovando -sobrina del escritor- declaró que “el dicho Simon Mendez alguna vez ha ido a visitar a Miguel de Cervantes, tío de esta confesante, para tratar de negocios…y que no sabe que entre mas de a ver al dicho su tío, ni con otra manera de visita”.
Doña Andrea, hermana del Manco de Lepanto, “dixo que Simon Mendez , de quien se le pregunta , algunas veces ha visitado a Miguel de Cervantes, su hermano, sobre ciertas finanzas, dixo que le ha pedido que vaya a hacer el Reino de Toledo para las rentas que ha tomado e que por otro título ninguno no ha entrado”.
Isabel, la hija de Cervantes, aunque menor de edad, también fue llamada a declarar y dijo sobre el portugués “que le conoce porque es amigo del dicho su padre e porque iba a tratar e comunicar con él”.
Curiosamente, Simón Méndez no fue llamado a declarar. Dicen que era persona de mucho poder y manejo y ya se sabe que “poderoso caballero es don dinero”. El portugués era en 1604 nada más y nada menos que Tesorero General y Recaudador Mayor de los Diezmos de la mar de Castilla y de Galicia (que así se llamaban entonces los derechos de aduanas que se cobraban en el nordeste del Reino).
Aún así no se fue “de rositas” del lío montado, pues Villarroel sentenció que “Simón Méndez no entre en esta casa (la de Cervantes), ni hable en público ni en secreto con esta muger (Isabel de Saavedra)”.
Pero ustedes no hagan caso al Alcalde de Casa y Corte y entren. Entren en la Casa de Cervantes.
Y ya puestos no dejen de visitar el estrado de las mujeres. Esa misteriosa alcoba que compartieron “las Cervantas” y que, más allá de “dimes y diretes”, tantos secretos guarda.

 ESTRADO

 



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