Internet: el milagro.

romance1 - copia

(20/04/2018) Ya les hablé de Pedro. Ese hombre de campo, nonagenario, que descansa sus días y sus noches en una residencia de ancianos.

 Y les hablé de Bayo y de Cebro, los machos con los que compartió trabajos de siembra y arada y a los que se refiere con cariño de hermano, algo que no resulta extraño en unos años en los que, aunque no había asociaciones animalistas, los animales -mulas, machos, burros, gallinas, perros, gatos…-formaban parte de la casa como miembros de la familia.

-Sé alguna poesía – me dijo la otra semana Pedro, deseoso de matar su silencio cuando alguien le presta alguna atención.

 Y entonces, rebuscando con trabajo en el fondo del talego de sus recuerdos, me recita “por entre unas matas/ seguido de perros/ no diré corría/ ¡volaba un conejo!…”, poema que logró terminar con alguna dificultad.

 Ya he comentado en otra ocasión que en esta Castilla nuestra, vas a cualquier pueblo, por pequeño que sea, das una patada a una piedra y te sale un poeta o un filósofo…

 Y Pedro, hombre de pueblo, tiene, como tantos, alma de poeta.

 Son poemas de distinta largura, aprendidos de memoria cuando eran muchachos al oírselos recitar a sus mayores. Relatos que aprendieron del padre que a su vez lo aprendió del abuelo, como una herencia inmaterial de la que no quieren desprenderse.

 Pero el otro día, Pedro, volvió a sorprenderme.

 -Tengo en la punta de la lengua un romance que me enseñó mi padre. Se lo enseñó mi abuelo que como era analfabeto por no haber podido ir a la escuela se lo había aprendido de memoria. Es muy largo…Dura, -me dijo exagerando sin duda- más de una hora… Y haciendo un esfuerzo monumental de memoria, comenzó a recitar:

Atención, noble auditorio,/ todo el Orbe se suspenda/…/porque en diciendo españoles/ todas las naciones tiemblan…”.

 Y por más esfuerzos que hacía, por más que exprimía su memoria, Pedro, no lograba más que algunos retazos del poema, como breves jirones de lo que seguramente habría sido un hermoso tapiz.

 Le dije que no se preocupara, que intentaría buscarlo en Internet y que cuando lo encontrara, se lo llevaría a la residencia para su disfrute.

  Llegué a casa y me puse manos a la obra. Escribí entrecomillados los últimos versos en el buscador –“porque en diciendo españoles/ todas las naciones tiemblan”- y no encontré el resultado que esperaba.

 De repente recordé otra estrofa, otro retal de aquel romance que Pedro también recordaba:

el cuarto es Pedro Cadenas/ que es Alférez reformado,/ Sargento vivo en galera…/. Meto esta última frase en el buscador de Internet y…solo logro dos entradas (“Revista de Literaturas populares” y “Chalino Sánchez: corridos de personaje”). Se trata de textos literarios que intentan explicar el origen y las características literarias del romancero, estudios que incluyen dichos versos, pero no el romance en su conjunto.

 Al borde del desánimo y casi por azar vuelvo a introducir en el buscador “Romance de Pedro Cadenas” y…¡Oh milagro! me encuentro con una entrada en la que pone “Spanish Chapbooks: De Pedro Cadenas: Romance de las valentías”, entro en ella y compruebo que el romance ha sido digitalizado y pertenece a la “Digital library” de la Universidad de Cambridge.

 Entusiasmado por el hallazgo, compruebo que el romance consta de cuatro páginas -demasiado largo para ser memorizado en nuestros tiempos, pero no en los que vivió su infancia y juventud Pedro, cuando, como les dije, la memorización de los relatos era, para quienes no sabían leer ni escribir, la única forma de aprendizaje-, páginas que imprimo y que amplío en la copistería de mi calle para que Pedro pueda llegar más fácilmente a su lectura.

 Cuando tras recitarle en voz alta el romance, me doy cuenta que poco a poco vuelven a su memoria los versos que le enseñó su padre; cuando veo su rostro con los ojos brillantes, cargados de emoción; cuando besa mi mano agradecido como quien acaba de recibir el mayor de los regalos…compruebo que Internet, a pesar de tener en sus entrañas demasiada basura, esconde también hermosos tesoros que esperan agazapados a que alguien los descubra.



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