Iberia

(10/12/2010) Imaginen un telediario que abriera con la siguiente noticia: España y Portugal se unen y constituyen Iberia (lo de Reino Ibérico o República Ibérica, mejor dejarlo para más tarde, pues traería tantos quebraderos de cabeza que dicho telediario no cerraría nunca). Sería la bomba. Los huesos del escritor José Saramago se removerían en su tumba y el rey Felipe II de España y I de Portugal volvería a descansar tranquilo al ver su sueño restaurado tras el desastre de su nieto Felipe IV llamado, no se sabe muy bien por qué, el Grande o el Rey Planeta.
Viene todo esto a raíz de los nuevos vientos que parecen soplar entre dos naciones que buscan acercarse tras años de darse la espalda. Como ejemplo, la candidatura ibérica presentada para dar cobijo al Mundial de Fútbol del año 2018 y que no ha podido ser. ¡Qué pena!
Pero hubo un tiempo en que ambos pueblos tuvieron una monarquía y unos sueños comunes que permitían, por poner un ejemplo, que un muchacho nacido en las cercanías de Madrid, tras formarse en Belmonte (Cuenca) y en Alcalá de Henares, marchara a estudiar a Coimbra y escribiera un libro en el idioma de Camoens sin que nadie se llamara a escándalo.
El muchacho del que les hablo nació como Pedro Páez Jaramillo en Olmeda de las Cebollas (hoy Olmeda de las Fuentes) y en su currículo podría presumir, si hoy tuviera que dedicarse al oficio que a más gente ocupa: el buscar trabajo, de ser el primer europeo que probó el café, el primero que descubrió las fuentes del Nilo Azul y el primero que escribió la Historia de Etiopía en uno de los idiomas de aquel país ibérico: el portugués.
Dice un amigo mío que si los anglosajones hubieran tenido a los conquistadores españoles entre sus ancestros, habrían llenado el celuloide de gestas sin fin con las que nos castigarían en los documentales de la 2 un día sí y otro también.
¿Te imaginas, me dice, si Blas de Lezo, el heroico defensor de Cartagena de Indias, hubiera sido inglés?
Pero estábamos hablando de Pedro Páez el primer europeo que descubrió las fuentes del Nilo Azul, acontecimiento del que dejó constancia cuando escribió: “Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver el rey Ciro, el gran Alejandro y Julio César”.
El memorable suceso ocurrió en 1618, siglo y medio antes de que el explorador escocés James Bruce se colgara o le colgaran las medallas del logro.
Alguien ha arrancado esta página de la historia y ya va siendo hora de que la coloquemos en su sitio.
Desde que el escritor Javier Reverte descubriera a Pedro Páez en uno de sus visitas a Etiopía y lo diera a conocer en su obra “Dios, el diablo y la aventura” se ha iniciado un tardío y merecido reconocimiento hacia el madrileño que ingresó en la Compañía de Jesús a los 18 años. Aunque autores como Alan Moorehead, Philip Caraman, George Bishop y Juan González Núñez, se interesaron años antes que Reverte por Páez, es este último el que más ha popularizado su figura gracias a su novela.
Enviado por sus superiores desde Goa (la India) hasta Etiopía, llegó a sufrir todo tipo de calamidades (fue vendido a los turcos como esclavo y le tuvieron, según dejó escrito en 1596, “con cadenas muy gruesas al cuello y en lugares debajo de la tierra muy oscuros y calientes”) antes de lograr penetrar en el país etíope para evangelizarlo.
Arquitecto, políglota y diplomático, se ganó el favor de los emperadores de Etiopía Za Dengel y Susinios Segued III a los que convirtió al catolicismo y para los que construyó
un palacio pétreo de dos plantas en las orillas del lago Tana.
Su Historia de Etiopía (que no se editó hasta 1945) y los estudios que realizó sobre la lengua y la cultura de aquel país hacen que figure en los libros de historia del tercer país más poblado del continente negro (tras Nigeria y Egipto), mientras que en el lugar de su nacimiento sigue siendo un perfecto desconocido.
Pero esto es algo a lo que ya estamos acostumbrados.



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