Hecatombe en Tarteso

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(20/05/2023) No ha sido el descubrimiento de la tumba de Tutankamon, cuyo centenario celebramos el pasado noviembre, pero sí uno de los mayores acontecimientos arqueológico de los últimos años, aquí, en España. La excavación llevada a cabo en Casas del Turuñulo -Guareña, Badajoz- está revelando datos de enorme importancia para el conocimiento de la cultura tartésica, llenando de euforia a quienes escudriñan el pasado y a quienes les seguimos.

 El legendario Tarteso, tan mencionado en las fuentes clásicas, comienza a revelar sus misterios y a pasar, de mero mito o leyenda, a historia.

  Cien años después de que el arqueólogo alemán Adolf Schulten se empeñara en encontrar la civilización más antigua de occidente en Doñana, y de que se publicara en el primer número de la Revista de Occidente un artículo titulado “Tarteso”, el lejano reino de proverbial riqueza que menciona la Biblia en más de veinte ocasiones, el mítico paraíso al que los griegos enviaban a sus héroes, está revelando al mundo muchos de sus misterios.

  Pocos meses después de que Howard Carter descubriera la tumba de Tutankamón, Schulten quiso hacer lo propio con la civilización tartésica y, siguiendo los pasos de su compatriota Heinrich Schliemann que había descubierto la legendaria Troya, se entregó a la búsqueda de aquella gran civilización.

 Tarteso, con sus reyes fundadores Gargoris y Habidis -sobre los que escribió un ensayo el escritor recientemente fallecido Sánchez Dragó- y su longevo rey Argantonio, sigue deparando sorpresas a quienes excavan su pasado. Un conjunto de cinco relieves y unos rostros adscritos a su etapa final a los que hay que sumar, en palabras de la arqueóloga Esther Rodríguez, una escalera monumental, un masivo sacrificio de animales, vidrios procedentes del mediterráneo oriental y parte de una escultura de mármol del Pentélico -el mismo que se utilizó en la construcción del Partenón de Atenas- brindan a los arqueólogos un enclave único.

 El estudio de los extraordinarios hallazgos en Casas del Turuñuelo, en uno de los edificios tartésicos mejor conservados del Mediterráneo occidental, nos deparará aún muchas sorpresas y tal vez alguna respuesta a las preguntas que siempre acompañan a aquel mundo: ¿por qué acabó tan súbitamente esta civilización?, ¿cuáles fueron las causas?

 Entre las hipótesis que se barajan sobre su desaparición no es desdeñable la que apunta a un cambio drástico en el clima, lo que llevó a sus habitantes a un banquete masivo y ritual -han aparecido más de un centenar de platos y cuencos-, al sacrificio de todos sus animales -hecatombe-, a la quema del edificio y a su posterior enterramiento.

 Casas del Turuñuelo, el gran túmulo artificial que contiene un edificio de dos plantas y que sus moradores abandonaron y cubrieron de tierra, es ya el mejor enclave para estudiar la protohistoria española.

 En el antiguo Egipto la voz “escultor” significaba también “aquel que preserva la vida”. Y eso es lo que hicieron los tartesos: preservar su vida enterrándola bajo túmulos para resucitar algún día.

 Pero, repito, ¿qué ocasionó el ocaso de civilización tan brillante? ¿Por qué prefirieron preservar bajo tierra los despojos?

 Para encontrar respuestas a tanto interrogante habrá  que empezar por acercarse al Museo Arqueológico y Paleontológico  de la Comunidad de Madrid que alberga una exposición temporal, Los últimos días de Tarteso, yque permite al visitante acercarse a una de las civilizaciones más  desconocidas de nuestra historia.

 Casas del Turuñuelo es un claro ejemplo de que la antigüedad sigue aquí y es algo vivo. El adanismo, esa creencia de que todo empieza con nosotros y que no tenemos que saber nada del pasado porque es pasado, no se sostiene. En las historias que nos contamos, en las instituciones que nos gobiernan y hasta en nuestro vocabulario, el pasado se hace presente y se convierte en una lanzadera hacia el futuro.

 Ya lo dijo un tal Borges hace tiempo:-”Creo que somos multitudes. Quizás seamos todos nuestros antepasados, pero además, todos los hombres que han vivido anteriormente, y quizás, ¿Por qué no?, los hombres venideros también. Prefiero suponer que somos una suerte de eternidad, un conjunto de ayeres, de presentes y de futuros”.

  Se puede decir más alto, pero no más claro.



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