Excesos de verano

pregón

(20/09/2018) Se va el verano. Y se lleva tras de sí los calores y los excesos.

Si hay una palabra que define al verano en cualquier latitud es, sin duda alguna, exceso. Exceso de calor, exceso de ocio, exceso de luz, exceso de bebida, exceso de fiesta.

Pero donde se manifiestan de verdad los excesos estivales es en la verborrea de unos y de otros, incapaces de seguir el “por qué no te callas” que dijo alguien con escaso éxito.

Es como si durante el verano el calor activara en nosotros las neuronas de la desmesura y amortiguara las de la sobriedad y el comedimiento.

 Que se lo digan, si no, a los pregoneros de tanta fiesta, obligados como están a los excesos verbales para caer bien a un público enfebrecido que grita desde los tendidos de cualquier plaza.

“Lo que de verdad hace de esta ciudad un enclave único sois sus gentes, vosotros, ¡cabrones!…” clamó el pregonero de las fiestas patronales desde el balcón de la casa consistorial y todos, con la cornamenta añadida, más contentos que bobo con caramelo.

 Los excesos, como todo en esta vida, van por barrios…y por pueblos. Y si hay uno que maneja como nadie la destemplanza y la desmesura cuando llega el verano, ese es el inglés. ¡Sand, sun and sex! (¡arena, sol y sexo!) berrean como cabestros los turistas british antes de lanzarse desde un balcón a las piscinas de Magaluf.

Pero no solo se pasan tres pueblos los hijos de la gran Bretaña cuando amarillean los trigales. No.

 En verano cualquier pueblo en fiestas, cualquier lugarejo que quintuplica su población (pues sus vecinos tuvieron que marchar a otros lugares para ganarse el pan), se convierte en la capital del universo, en el lugar más bello de la Tierra, para el vocero de las fiestas y para los acólitos que le escuchan enfebrecidos desde la plaza.

 La desmesura y la incontinencia verbal ya no son coto privado de los políticos.

Desde que sentó plaza lo políticamente correcto ningún prócer de la patria se atreve a decir esta boca es mía sin miedo a que se la partan.

A los políticos les han sustituido los pregoneros que graznan un populismo barato desde lo más alto del ayuntamiento para caer bien a un público entregado, con pañoleta al cuello y tinto de verano en el gaznate.

 Los filósofos de los excesos veraniegos aclaran que al igual que los dardos, los excesos, suelen apuntar a unas dianas más que a otras y que en este juego de quién da más, las mujeres están en el punto de mira preferido del pregonero y la alusión a su belleza siempre ocupará unas líneas (faltaría más, ¡hombre!) en los folios que lee desde su altura.

 “Las mujeres de aquí son las más bonitas bajo el firmamento”, aúlla el pregonero más satisfecho  que un ganador olímpico, pero advirtiendo a continuación, no sabemos si en un intento de frenar la testosterona que bulle en la plaza, o por caer bien al movimiento #metoo, o por seguir las consignas municipales que ha llenado los autobuses con la frase “NO ES NO”, que hay que tener cuidado, pues “quien se atreve a acercarse demasiado a las estrellas puede quemarse en el intento”…

 Si no fuera por el pregonero y sus excesos, ¿qué sería de nosotros?, ¿cómo sobreviviríamos a tanta mediocridad a tanta apatía? Necesitamos de alguien que apologice nuestra miseria y que aunque sólo sea por unos momentos nos diga que “somos la capital del universo”, una ciudad “única y distinguida” y que “tenemos que sentirnos orgullosos de nuestras raíces”.

 Necesitamos del verano para oír estas y otras perlas. Para sentir el goce empalagoso del halago. Es nuestra adrenalina particular para sentirnos durante unos minutos, los que dura el pregón, más satisfechos que oso en río salmonero, eufóricos por haber nacido en la mejor tierra, junto a las más hermosas mujeres y los más gordos garbanzos…

 Luego llegarán otoño e invierno con sus carencias y sus sombras y echaremos de menos los excesos del verano, aquellos momentos en los que en la fiesta del pueblo voceábamos la suerte de habernos conocido, de haber nacido en el mejor lugar del mundo, aunque, cosas de la vida, ¡ay! (nadie es perfecto) nos expulsó de su paraíso y nos arrojó a otros lugares para poder encontrar un trabajo y poder comer.

 Disfrutemos pues de los excesos del verano. Sigamos alimentándonos de los cantos de sirena de tanto pregonero.

 Son mentiras piadosas que, como tantas, nos ayudan a soportar lo insoportable.



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