Encuentros en la tercera calle

(30/10/2008) Iba hacia mi trabajo como todas las mañanas cuando lo vi. Se acercaba  desde el fondo de la avenida. Caminaba sólo y movía sin cesar las manos mientras hablaba y hablaba sin parar en un tono que se oía a metros de distancia.
- Otro pobre chaveta- pensé mientras me preparaba para el encuentro como suelo hacer en estas ocasiones: yéndome hacia un lado y buscando la protección de los portales de la vía. Nunca se sabe la agresividad que puede esconder una mente enferma.
Pegado a la pared, por si acaso, observé como el pobre infeliz se acercaba a mis miedos con su conversación al aire y su mirar concentrado en las distintas baldosas del pavimento. Aprovechando que la distancia era suficiente para observar sin violentar al individuo -los hay que no soportan el contacto visual y te pueden armar la marimorena en plena calle- me fijé en su vestuario que lejos de ser vulgar se ceñía a prendas más bien caras.
- Este no ha podido soportar la crisis económica -volví a razonar-; el estrés bursátil, el Ibex 35 y el derrumbe de los mercados le han dejado tocado del ala, pero aún así mantiene cierta dignidad en su atuendo ¡pobre infeliz! Hasta hace pocas fechas se creería el rey del mambo y hoy es un despojo caminando cual orate por la ciudad.
Llegó por fin a una distancia en la que, a hurtadillas, pude observar sus rasgos. Su rostro bien afeitado no delataba el cansancio o el abatimiento de un sufrimiento cercano debido a la falta de liquidez de vete a saber qué empresa o qué banco. Al contrario se mostraba alegre y despejado como si sus palabras le estuvieran produciendo algún tipo de satisfacción íntima difícil de ser interpretada por el resto de los viandantes. Y fue entonces cuando lo supe. Ocurrió en el momento exacto en el que levanté la vista hacia la parte alta de su cabeza. En ese preciso instante mi sorpresa llegó a su punto más álgido. Allí, anidando en sendas orejas, unos auriculares se deshilaban en sendos cables para esconderse finalmente entre sus ropas caras. El individuo estaba manteniendo una conversación telefónica sin necesidad de tener una mano ocupada como nos ocurre al común de los mortales. Era un adelantado en tecnología punta.
Me quedé de piedra. No era la primera vez que me pasaba.

pinganill

Reanimado de mi estupor recordé entonces un encuentro parecido en el garaje donde guardo mi coche -en unas horas proclives a la nocturnidad y la alevosía-, y en el que llegué a pasar auténtico pánico al tropezarme con un individuo que hablaba a todo volumen y que no se dirigía precisamente a mí. Era la primera vez que me encontraba con alguien, digamos normal, hablando sólo, y el susto me duró algunas horas.
Mientras hago estas reflexiones que de alguna manera demuestran mi incapacidad para la puesta a punto en modernidad, acaba de salir el G1, primer teléfono basado en Android que es, según los entendidos, líder absoluto del sector de gama alta. Al parecer este angelito tecnológico tiene su código abierto para que cualquiera pueda desarrollar aplicaciones y mejoras. En eso radican, dicen los entendidos, su ventaja.
Y como no quiero ser el último en este tipo de saberes, ni tener por qué asustarme cuando alguien practica con los últimas novedades de la tecnología, pues estoy buscando donde hacer algún curso para soportar con dignidad lo que se me viene encima un día sí y otro también.
Y es que nunca acaba uno con el dichoso reciclaje.



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