El patio de mi calle

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(30/06/2018) En la búsqueda incesante, machacona y cansina de las identidades culturales que nos llevan a la tribu y a los neandertales, le ha llegado el turno a la calle.

 Porque, si todo grupo tiene su identidad cultural, su peculiar historia que lo distingue y lo separa del resto, su fiesta tomatera, ¿por qué no ha de tenerlo el grupo humano que compone una calle?

Esto que más de uno hemos pensado desde que oímos aquello de “la república independiente de mi casa”, lo han llevado a la práctica los moradores de la calle Juan Mambrilla de Valladolid que tiene trescientos un vecinos (más que muchos pueblos de la España vacía) y que rastrean la rica historia de su calle para lograr un objetivo, en principio, encomiable: estrechar lazos entre el vecindario.

Pero uno piensa que si la cosa quedara ahí, en estrechar lazos, pues bienvenida sea esa indagación histórica, ese hurgar en lo propio, pero que puede ser que no, que con el tiempo surja entre el vecindario el ADN cainita y una vez estrechados los lazos, es decir, una vez cohesionada la tribu callejera se usen, lazos y junturas, para enfrentarse a otras calles aledañas, esas que tienen identidades históricas diferentes, llegando a lo que es el deporte más practicado, ese que muchos aprendimos en la lejana infancia cuando animosos y descalabrados nos poníamos en la raya que separaba nuestro pueblo del vecino, armados de piedras y palos, para hacernos la guerra.

Y es que en la eterna batalla por las identidades que conducen a los supremacismos, se empieza por la nación, se sigue por las autonomías, se continúa por las ciudades, los pueblos y los barrios y se llega, en ese descenso a los infiernos tribales, a la calle que es tan diferente a otras como aquel patio de nuestra niñez que era tan particular que cuando llovía se mojaba como los demás.

 Pero no es esto lo que buscan los más de trescientos vecinos de la calle Juan Mambrilla, aunque ya han comenzado a estudiar su enjundiosa historia, y la historia, lejos de ser inocente, es, como ya dejé escrito en este cuaderno de bitácora, “charca insalubre donde muchos van a beber para después contarlo a su manera” y si no que se lo pregunten a tanto historiador paniaguado por políticos nacionalistas que construyen identidades a su gusto aunque sean más falsas que duros de madera.

 Otras calles, que han leído la noticia en el periódico local, se han puesto ya manos a la obra y los libros de historia sobre rúas y avenidas pronto llenarán las estanterías.

Se trata de fabricarse la pequeña identidad territorial que marca la calle y que llenará de orgullo a quienes la habitan para que no les ocurra lo que al poeta de Tábara, a León Felipe, que se quejaba de no tener terruño: “¡Que lástima/ que yo no tenga comarca,/ patria chica, tierra provinciana! (…)/ ¡Qué lástima/ que yo no tenga una casa!/ Una casa solariega y blasonada…/”

 Pero los vecinos de Juan Mambrilla, antes calle Francos, tienen casas blasonadas para dar y vender pues allí vivió el marqués de Revilla que fue “alférez mayor de la ciudad”, también los marqueses de san Felices, el marqués de Olías, la condesa de Osorno, el comendador Juan de Menchaca, el deán de la catedral de Palencia Antonio de Mudarra y don Alonso de Zúñiga en cuyo solar estuvo el primer asiento del Tribunal de la Inquisición.

 Lástima que León Felipe tuviera que marcharse al exilio mejicano pues en esta calle hubiera podido encontrar esa casa solariega y blasonada y posiblemente el retrato de algún abuelo que ganara una batalla.

 Ahora que muchos pueblos están muriendo sin que nadie los cante y los historie, bienvenido sea el interés por la calle de cada cual pues como muy bien dijo Víctor Márquez Reviriego “la historia española se refleja en el espejo de sus callejeros”.

Tras la calle, andando el tiempo, le llegará el turno a cada bloque de vecinos que, bien mirado, es otra peculiaridad cultural que está esperando su turno para lanzarse al ruedo ibérico, revisando sus estatutos para marcar diferencias y si es necesario para crear bandera, escudo e himno.

 Pero estábamos hablando de la calle que es camino a todas partes, según nos decía el refranero, y no es bueno adelantar expectativas diferenciales que llegarán a colonizar casa, patio e individuo.

 Y como el hombre es su libertad, según defendió Sartre, pronto ejercerá su idiosincrasia, sus diferencias, marcando territorio con un garrote en la mano.

 Entonces adquirirá todo su sentido el cuadro de Goya “Duelo a garrotazos”, plasmación en negro de cómo resuelve diferencias y marca territorio el mono desnudo que inició su andadura en África cuando, garrote en mano, marcaba su territorio frente a otros machos.

La historia interminable.



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