El macho bayo

bayo

(20/02/2018) Entras en una residencia de ancianos y es como si entrases en una máquina del tiempo. Como si hicieras un viaje a una época ya desaparecida, de esas de las que ya solo se mencionan en los libros de historia.

 Abres la puerta y te encuentras con seres de otro mundo, hombres y mujeres que, para empezar, te saludan de una forma extraña en estos tiempos, con la voz alta y la mirada fija para que respondas a su abrazo visual, necesitados como están de todos los afectos, de todas las querencias.

 Y si te metes en conversación ni les cuento.

-El macho bayo era muy noble y muy trabajador. En la arada era el mejor, -me dice Pedro, 91 años, con los ojos húmedos por la emoción cuando recuerda al macho con el que llegó a ganar concursos de arada-, hacía los surcos como una vela, derechos como quien escribe una carta.

 Claro que para entender a Pedro hay que saber lo que era un macho, lo que era la arada.

Como les digo son seres de un mundo desaparecido, extraterrestres que no entienden de nuestras prisas, ajenos a nuestra cárcel digital, que no comprenden nuestra mudez mientras miramos absortos las pantallas de nuestros móviles.

-Se notan los días, Pedro. Bien se nota que ya estamos metidos en febrero-, le digo tras el saludo.

Y entonces, Pedro, cuya enorme estatura acoge una silla de ruedas, me dice que sí, que por San Matías se igualan las noches y los días. Y tengo que decirle que me lo explique, ajeno como soy a esa sabiduría antigua y rural que desapareció, como desaparecieron las mulas y los machos. Y él, con risa pícara, ante mi ignorancia, me pregunta si sé cuándo es San Matías. Y entonces echo mano del móvil y meto en el buscador San Matías  y me dice que es el 24 de febrero, día en el que noche y día se igualan…

-Al macho bayo le mató la yegua recién parida. Se metió su muleto entre las patas del macho y la yegua, celosa, le reventó el bazo a coces…

Y noto que me habla de aquel macho como si hablara del hijo que nunca tuvo. Orgulloso y agradecido al animal con el que compartió madrugadas, oficios y campo.

 Ya metidos en harina le pregunto que qué hicieron con él.

-Qué iban a hacer, -me dice  como reprochando mi torpeza-, le despellejaron y se lo dieron a los cuervos.

Y de nuevo mi ignorancia me lleva a preguntas de niño ante el maestro que tengo enfrente:

-¿Para qué despellejaron al macho bayo, Pedro?

Y él, levantando la voz para que me quede muy claro y no se me olvide nunca me dice que con el pellejo bien limpio, lavado y rapado se hacían las cribas.

-Ese era el oficio del cribero- vuelve a sentenciar para que aprenda y no olvide las palabras viejas y en desuso que de seguro morirán con él.

 Y paso la mañana con Pedro que me habla de su mujer que era la mejor arrancando yeros, de los amos que le contrataron, de los sobrinos que no vienen a verlo, de lo terrible que le resulta enseñar sus vergüenzas cuando tienen que llevarle al baño.

-Cuando me casé, el hijo del amo quiso que mi mujer fuera a su casa de criada. Le dije que no y me despidió. Yo no consentía que mi mujer se fuera a trabajar a otra casa.

Y me dice que entonces dejó el pueblo y se fue a otro donde le pagaban cinco mil pesetas, porque “yo hacía muy buena labor, araba muy recto. Luego marché como encargado con otro amo más fuerte que dejó la labor para dedicarse a la cría de chotos, gallinas y cerdas de engorde”.

-Conmigo los chotos no se alborotaban. Los daba, con un palo, suavemente en el hocico para que se apartaran y les echaba la comida. Otros criados lo hacían a base de gritos y palos.

Pedro es un hombre sabio y sagaz, templado y con carácter, como esos que tan bien retrataba Miguel Delibes en sus novelas. Un hombre que bien podría haber sido el protagonista de “El disputado voto del señor Cayo”.

Cuando termino la charla y le digo que tengo que marcharme me espeta una frase que me deja clavado en la silla:

-No lo olvides nunca, Luis, cuando vayas a un pueblo y veas a alguien que es muy rico, muy rico, muy rico, es porque a su alrededor hay un ejército de pobres.

 Marcho cabizbajo y lento, pensando que Pedro debería estar dando clases en la Universidad.



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