El lento éxito de Guillermo M.

guillermo

(20/01/2019) Abrí el periódico y allí estaba. Era la foto de un escritor de ojos claros, amplia frente y mirada inteligente y burlona. Lo reconocí de inmediato. Sí, era él. El mismo rostro angelical, la misma sonrisa pícara y descreída. Allí estaba. Era Guillermo Martínez.

 Lo recordaba de haberlo visto en la solapa de un libro que me sorprendió para bien: La muerte lenta de Luciana B.

 Lo leí hace tiempo de un tirón, enganchado desde la primera página, mirando cada poco la foto de la solapa que mostraba al autor de tanta maravilla (no sé ustedes, pero cuando un libro me sorprende no dejo de mirar el rostro del autor con curiosidad y admiración). Por eso lo reconocí. La misma mirada guasona de quien se ríe de sí mismo y del mundo, el mismo rostro aniñado, las mismas ojeras. Sí, era él: Guillermo Martínez, Premio Nadal 2018.

 Y entonces volvió a mí memoria La muerte lenta de Luciana B., un libro al que vuelvo cuando quiero darme un baño en la buena literatura, cuando busco el impacto y la belleza de las buenas historias, como vuelvo a Crónicas de una muerte anunciada de García Márquez o como retorno de vez en cuando a La familia de Pascual Duarte de Cela o a Corazón tan blanco de Javier Marías.

  Son mis libros de cabecera. Qué le vamos a hacer. Cada uno tiene sus debilidades, sus fobias y sus filias.

 Hay galardones que le reconcilian a uno con tanto certamen literario, con tanto premio sospechoso, manipulado, comercializado…“España, ¡aparta de mí estos premios!” que dijo el escritor Fernando Iwasaki. Eso me ha pasado con el Premio Nadal de este año. Que me ha reconciliado con el mundo, con la literatura y con los premios. Sobre todo con los premios.

  Porque los premios literarios que convocan las editoriales apenas logran mantener la credibilidad y el prestigio que hace tiempo perdieron. Es público y notorio que galardonan a autores de la propia editorial que los convoca, que se premia atendiendo a géneros o tendencias (ahora está de moda la autoficción), que los premios se dan a golpe de talonario y que en ocasiones los gana un famoso que firma una novela que no se sabe quien la ha escrito.

 Y de los premios de poesía para qué hablar. Son tan numerosos e intercambiables que se han convertido desde hace tiempo en una de las peores costumbres del mundo literario.

 Y no es que yo crea que los premios son para los amigos del jurado como afirmaba Nicanor Parra, pero me pasa lo que les pasa a muchos: que no creo en ellos.

 Pero mira por donde ha llegado el Nadal y ha revolucionado mis prejuicios. El premio a Guillermo Martínez me ha parecido justo sin haber leído aún la obra premiada: Los crímenes de Alicia.

 Y la culpa de mi incondicionalidad, la causa de ese vuelco, la tiene ese libro magnífico que tanto me sorprendió La muerte lenta de Luciana B. Una historia de ritmo ágil y espectral que se mueve a sus anchas en el reino de lo inquietante. Una obra donde la ficción se impulsa hacia la conmoción psicológica mientras esconde una tensión no resuelta entre los protagonistas. Un libro inteligente que parece manejado por un orfebre de los sentimientos, que nos turba y hechiza a un tiempo. Un relato que demuestra cómo la casualidad puede dirigir los pasos de nuestra vida, cómo la ficción puede amoldarse a la realidad provocando funestas carambolas.

 Decía Cervantes que el primer premio se lo lleva el favor y el segundo el mérito.

 En el caso de Guillermo Martínez se lo ha llevado el mérito, no me cabe la menor duda. El mérito a una obra literaria bien cimentada desde la infancia gracias a un padre enamorado de la literatura que según el autor premiado: “los domingos nos reunía a la mañana para leernos un cuento y a continuación debíamos escribir una redacción en un certamen literario de entrecasa. Nos calificaba en cinco ítems: Originalidad, Resolución, Redacción, Prolijidad y Ortografía. El premio era un chocolate y el honor de ser pasados a máquina en su vieja Olivetti de teclas restallantes”.

 Esa originalidad buscada por el padre, la aprendió pronto Guillermo que, desde su doctorado en matemáticas, ha creado obras como Acerca de Roderer  o Crímenes imperceptibles que fue llevada al cine como “Los crímenes de Oxford”.

 También la muerte lenta de Luciana B. ha sido llevada al cine con el título “Las siete muertes”.

  Hay un dicho que afirma que los matemáticos son máquinas que transforman el café en teoremas y eso hace Guillermo Martínez: transformar nuestras dudas e incertidumbres, nuestros mitos, en buena literatura.



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