Dar que hablar

bar

(20/11/2018) Supongo que quienes abren un establecimiento comercial en una de las primeras cosas que piensan es en el nombre que van a poner a su negocio y me los imagino debatiendo con amigos y allegados sobre el texto que lucirá el letrero de la entrada.

 Supongo también que esos emprendedores buscarán un nombre atractivo desde el punto de vista comercial, un rótulo que destaque por su tamaño o colorido, un letrero que atraiga clientela no tanto por su belleza como por la originalidad de su diseño. Supongo.

 Pienso en todo esto cuando salgo del bar donde me he tomado mi café mañanero, un local distinto al de otras mañana -que en la variedad está el gusto-, y cuando he levantado la vista para ver su nombre y recordarlo -sirven un café excelente- me he topado con un curioso pareado: “Café Bar Dar que hablar”

 Para mis lectores de otras patrias, les diré que en español “dar que hablar” o “dar de qué hablar” es predisponer a vecinos y parroquianos al cotilleo, a los chismes y habladurías por considerar que lo que ven en otros es cuanto menos llamativo.

 “Si te pones esa falda vas a dar que hablar”, le decían los padres a la moza tempranera cuando la veían lucir minifalda. Eran los tiempos de la chica ye-yé, aquellos lejanos años en los que los padres aún  mandaban algo.

 Pero la expresión, también se ha utilizado y utiliza en sentido positivo como cuando decimos “el discurso del delegado de empresa ha sido muy interesante y ha dado mucho que hablar”.

 Supongo que los dueños del Café Bar “Dar que hablar” pretenden precisamente esto al bautizar a su local: que la calidad de su servicio dé que hablar en el barrio y aumente la clientela que es al fin y al cabo el objetivo de todo negocio que se precie. O que se hable de él precisamente por su curioso nombre, algo que sin duda han logrado y este artículo lo confirma.

 En estos pensamientos estaba paseando la Calle Vinos de Rueda -que tampoco es mal nombre para una calle- cuando me tropecé con otro establecimiento de bebidas que respondía y responde por “El mandil de los rotos”, lo que me hizo pensar que posiblemente me hallaba en un barrio en el que habían tomado asiento las musas de la originalidad. Esas que blanden su espada perdedora contra los anglicismos, galicismos y otros ismos que colonizan los letreros de la mayoría de los establecimientos como ya les comenté en otro artículo.

 Son de agradecer estos alardes de creatividad, estas chispas de ingenio por parte de cantineros, taberneros o vinateros -no entiendo que no exista “bareros” o “cafeteros” u otros nombres para nominar a los dueños de bares y cafeterías- que adornan su negocio con letreros inteligentes y brillantes cual luces de neón en Navidad.

 Recorro la ciudad para ver si hay más nombres impactantes en la nomenclatura de sus establecimientos y me topo con unos cuantos que pongo a continuación para disfrute de mis lectores: “Café y Copas Sí ó Sí” dice uno; “El largo adiós” se llama otro; “Bar Lladolid” se escribe en un tercero que juega con el nombre de la ciudad…Y así podríamos seguir con “Pica y tira”; “El niño perdido”; “Pide por esa boquita”; “Hasta la peineta”; “La piel del oso”; “Taberna borrón y cuenta nueva”,… y para terminar un rótulo que me dejó clavado en la acera y a punto de perder la cabeza (va con segundas): Café Bar “La cabeza de María Antonieta”.

 -¿Cómo? Lo que han leído: “La cabeza de María Antonieta”.

 Entiendo que la Revolución Francesa fue el origen de los derechos humanos. Soy consciente de la importancia que ha dejado la cultura francesa en la ciudad  (mi libro Valladolid, la huella francesa trata sobre ello), pero no me acostumbro a tomar una cerveza en “La cabeza de María Antonieta”. Qué quieren que les diga. Soy un blando.

 Para terminar este alarde de rarezas, este descubrimiento de pecios asombrosos en lo que a rótulos de bares se refiere, permitan que me salga del guion cafetero y termine con el de otro negocio, ajeno a la ingesta de licores, que me he topado muy cerca del café “Dar que hablar”. Se trata de una clínica veterinaria para gatos cuyo letrero reza: “Siete vidas Medicina Felina”.

¿Quién ha dicho que nuestras calles son aburridas?

 Paseen, paseen su ciudad queridos lectores. No solo porque lo mande el médico, que también, sino porque disfrutarán del ingenio de alguno de sus vecinos que rompen el gris de las aceras con deslumbres atrevidos e inteligentes. Saquen a pasear su asombro por las calles de la ciudad.



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