Camino

felipe

(30/09/2018) “La muerte no es el final del camino”, dice uno de los cantos de despedida que brindamos a los difuntos. Y lo mismo podríamos haberle cantado hace cincuenta años al poeta de Tábara, a León Felipe, al poeta caminante que falleció hace medio siglo y que, ironías del destino fue bautizado como Felipe Camino.

 Y el camino a ninguna parte lo llevó desde entonces sobre sus espaldas, echo maldición o destino, como “español del éxodo y el llanto” que fue, antes de sentenciar un “me voy porque ya no hay caminos para mí en el suelo… Me voy. Las ventanas son trampas. Ya no veo la luz… ya no la veo”.

 Tábara (Zamora), Sequeros (Salamanca), Santander, Valladolid, Madrid, Guinea, Estados Unidos, Panamá, Madrid, Valencia, México… fueron su camino, su particular viacrucis, antes de morir hace cincuenta años, un dieciocho de septiembre, en Ciudad de México.

 Caminó y caminó, pero su caminar lejos de ser silencioso y meditabundo, estéril, se hizo fecundo a base de gritos, hasta desgañitarse, para luego justificar tanto clamor en un artículo impactante: “¿Por qué habla tan alto el español?”.

 No encajó en ninguna generación literaria, dicen los entendidos, doctores con mil másteres y proclives a encasillar al personal, pero ¿cómo habría de encajar en generaciones literarias quien solo se dedicó a caminar y a gritar?, ¿cómo encasillar al hombre que fue Viento?

“La Historia y la Poesía las hace el Viento, (…). Yo, cuando el Viento ha huido a su caverna, me tumbo a dormir. Me despierto cuando Él me llama ululante y me empuja. Escribo cuando Él me lo manda… (…) Y al fin de cuentas, mi último antólogo fidedigno será Él: el viento”,  escribió allá por 1957 en Antología rota, obra que publicó la editorial argentina Losada y que adquirí en 1979  en su octava edición.

 León Felipe, tremendamente español y universal, debería seguir entre nosotros para gritar ante tanto corrupto, ante tanto paniaguado, ante tanto cainita.

¿Qué nos gritaría hoy León Felipe si se asomara a los pueblos de su infancia -Tábara, Sequeros- y a tantos otros de esta Castilla vieja, barridos por el viento de la despoblación? ¿Qué le gritaría al Viento de la Historia?

Ahora que la efemérides pasó, uno que es dado a preguntarse, se pregunta: ¿Quedarán vecinos aún en Tábara y Sequeros para llevar a cabo este y otros recordatorios?

 Y es que los pueblos de estas provincias -Zamora, Salamanca-, como los de otras provincias colindantes, son desde hace tiempo carne de exilio, paradigma de desterrados, paritorio incesante de españoles del éxodo y el llanto.

Visito la página de Tábara en internet para confirmar lo apuntado:

“…a partir de 1960 se produjo en la localidad una época de emigraciones, no sólo al País Vasco, Madrid y Cataluña sino también al extranjero, hecho que provocó que muchas industrias locales (harineras, fábricas de velas…) se fueran a pique”.

 La de Sequeros, que cuenta con un Teatro de León Felipe, confirma en la gráfica de evolución demográfica el mismo drama: de los casi 900 habitantes a principios de siglo a los 234 del último censo.

 Llora el trigo de esta España interior ante tanto desamparo, ante tanto abandono…

  Pero volvamos al hombre. A León Felipe. Trashumante del llanto, sin casa blasonada ni retrato de abuelo que ganara batalla alguna, dedicado a los versos para hacerse más fácil el camino, siguiendo a su padre notario, primero, sufriendo la regencia de farmacias varias, después (él, que era Viento), más tarde como cómico en compañía de teatro y, tras tres años de cárcel, de nuevo farmacéutico en Valmaseda. León Felipe, digo, el poeta que fue Viento y fue Camino

“He dormido en el estiércol de las cuadras/ en los bancos municipales/ he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos/ y me ha dado limosna -Dios se lo pague- una prostituta callejera…”.

 Felipe Camino, poeta-profeta, judío errante sobre la faz de la tierra, hombre enérgico y vehemente, “un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina”.

 A León Felipe, al anticlerical que buscaba a Dios, al hombre ético que conoció la cárcel, al nacido burgués que vivió vagabundo, al poeta blasfemo y sensible, vehemente y sobrio, contradictorio como todos nosotros, solo queda leerle para impregnarse de lo elevado de su hondura. Leer la poesía desgarradora de un hombre que fue Camino.



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