Biblioteca: máquina del tiempo

rosa chacel

(30/10/2017) Ya casi nadie escribe cartas a la antigua usanza, con lápiz  (pluma, bolígrafo, máquina de escribir) y papel como antaño, cuando las distancias y el tiempo amenazaban con el olvido del amigo o de la persona amada. “Dicen que la distancia es el olvido”, decía aquella canción.

Las nuevas tecnologías han borrado del mapa comunicativo aquellas entrañables misivas, aquella vieja correspondencia epistolar que llegaba tras semanas o meses de espera. Cartas y postales que ya no tienen cabida en la Twitter Generación  de los 140 caracteres sin profundidad alguna.

Por eso sorprende encontrarse con cartas antiguas ocupando las vitrinas de los museos, (son ya objeto de museo), sorprendiendo a los curiosos que se acercan a su lectura incluso a quienes crecimos escribiendo y esperando cartas de padres, amigos y novios. ¿Cómo olvidar la espera febril y ansiosa de la carta de la novia cuando la mili nos alejaba de los seres queridos?

 La Biblioteca Pública de la ciudad del Pisuerga que nos sorprende de vez en cuando con cuidadas exposiciones fotográficas o literarias,  ofrece esta vez en sus vitrinas alguna de las cartas que recibió Rosa Chacel, escritora de la Generación del 27, y autora de obras tan importantes como “Estación ida y vuelta” o “Memorias de Leticia Valle”, por nombrar solo algunas.

 Y entre las cartas que se ofrecen a la visión del público están las de Gerardo Diego, Luis Cernuda, Victoria Ocampo, Máximo Khan, Juan Gil Albert y la de su paisano Jorge Guillén.

 Sin tiempo para leer cada una de ellas (algo que dejo para mi próxima visita) me entretuve copiando los saludos y despedidas de las cartas que marcan de alguna manera la exquisitez de unos tiempos pasados en los que primaban la urbanidad, la educación y el respeto. Y donde se cuidaban las formas.

Gerardo Diego saluda a la escritora con un “Mi admirada amiga” y la despide con un “Muy de veras la admira su amigo”, Vicente Aleixandre lo hace con un “Muy admirada amiga” y se despide con un “Hasta pronto, con el recuerdo y bienvenida de Vicente”; Luis Cernuda que inicia la misiva con un escueto “Mi querida Rosa” concluye con “Un abrazo” al que añade una curiosa postdata “Qué inefable individuo ese que en el número de “Sur” habla de “muy southamericana”. Escríbeme por favor, dime qué haces, qué trabajas”; Máximo Khan y Juan Gilbert se despiden con un “Adios, adiós, ¿hasta cuándo? Vuestro medio deshecho” y “Un abrazo lleno de ansiedad”, respectivamente; y Jorge Guillén, vallisoletano como ella, la saluda con un “Mi querida y de veras a cada lectura más admirada Rosa Chacel” y la despide con “Un abrazo cordialísimo de su viejo paisano”. Solo Victoria Ocampo, intelectual argentina y primera mujer elegida en la Academia Argentina de las Letras, lo hace de una forma muy parecida a la nuestra, usuarios de los correos electrónicos: “Querida Rosa”, “Un abrazo”.

 Junto a las cartas se ofrecen a la vista del público objetos diversos y curiosos sobre distintos escritores  que sorprenden a los lectores que se acercan a la biblioteca  y que, de alguna manera, le motivan en la búsqueda de la lectura  de sus autores preferidos.

 Entre estos objetos destacan unas piedras pintadas por el poeta Francisco Pino, la pipa que perteneció al también poeta Ángel Crespo, el libro de firmas del entierro de Jorge Guillén, las planchas para imprimir la revista Al-Motamid dirigida por Trina Mercader en formato bilingüe (árabe y español), el recibo de solicitud de una tarjeta de identidad como refugiado español en Francia, tras la Guerra Civil, de Rosa Chacel; libros intervenidos del poeta y ensayista Antonio Carvajal, manuscritos de “Viaje contigo” y de “Poemas de Otoño” del escritor Francisco Javier Martín Abril, un cuaderno de música de Joaquín Díaz, “poeturas” de Francisco Pino, proyectos de redacción de “Cafés con Gustavo” de Avelino Hernández y dibujos de gabino-Alejandro Carriedo.

  Pequeñas joyas que atesora la Biblioteca Pública de Valladolid y que el buen criterio y mejor gusto han puesto a la vista para disfrute de los lectores y de aquellos que se mueven en el fetichismo literario. Que los hay.

 “Entró en la Biblioteca y vio las estudiosas lámparas”, decía Borges. “Entró en la Biblioteca y vio la pequeña e íntima exposición literaria”, les digo yo, a la vez que les animo a que se acerquen a contemplar estos entrañables objetos de escritores consagrados, artefactos del tiempo.

Porque como dice Anthony Doerr, ganador del Premio Pulitzer 2015 con La luz que no puedes ver, “los estantes de todas las bibliotecas están repletos de máquinas del tiempo. Métanse en una, y en marcha”. Pues eso.



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